domingo, 21 de septiembre de 2014

Domingo XXV del tiempo ordinario


Lectura orante del Evangelio: Mateo 20,1-15
“Dios nos libre, por su Pasión, de decir ni pensar para detenerse en ello ‘si soy más antigua’, ‘si he más años’, ‘si he trabajado más’, ‘si tratan a la otra mejor’. Estos pensamientos, si vinieren, es menester atajarlos con presteza; que si se detienen en ellos, o lo ponen en práctica, es pestilencia y de donde nacen grandes males” (Camino 12,4). 
Al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Y también salió a media mañana, hacia mediodía y a media tarde. Dios es el que sale a buscarnos para invitarnos a trabajar en su proyecto de amor. Comenzamos la oración cayendo en la cuenta de esta verdad: Dios nos ama, no nos pierde de vista, nos quiere a su lado, siempre está llamando a sus criaturas. Cualquier hora es buena para hacerse el encontradizo y ofrecer sentido a una vida en paro. “No me parece os quedó a Vos nada por hacer”, “no está deseando otra cosa sino tener a quién dar” (V 1,8; 6M 4,12). A nosotros nos toca percibir su llamada en nuestra interioridad, rendirnos a ese protagonismo primero de su amor, darle crédito, consentir, abandonarnos del todo en Él, dejarnos amar. Mucho más de lo que te buscamos, Tú nos buscas. Eres fiel. .  
Salió al caer de la tarde, y encontró a otros, parados, y les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña’. Habituados a tantas horas, días y años viviendo perdidos y tristes, ¿es posible todavía mantener vivo un hilito de esperanza? La insatisfacción nos puede llevar al consumismo o a la búsqueda. “Deseaba vivir, que bien entendía que no vivía” (V 8,12). Cuando ya no podemos, ni queremos, ni creemos en nuestro cambio, Dios sí cree en nosotros y sale a enamorarnos en esta última hora. Dios sabe esperar. “No basta una caída ni muchas, para que no le deis Vos, Señor, la mano… Los ojos en Él y no hayan miedo se ponga este Sol de justicia” (V 35,14). Aunque sea muy tarde en nuestra vida, Señor, tú haces que los atardeceres sean una madrugada. Contigo, siempre hay una puerta abierta a la alegría. 
Recibieron un denario cada uno. Dios no defrauda. Lo que es y tiene lo pone en nuestras manos, colma de bienes y empieza por los últimos. Todo es gracia Todo es derroche: de tiempo, de palabras y silencios, de presencia, de amor. Todo nuestro bien consiste en aprender a recibir. “¡Qué cosa es el amor que nos tenéis! Bendito seáis por siempre, Señor mío, que tan amigo sois de dar, que no se os pone cosa delante” (C 27,4).
Se pusieron a protestar contra el amo: ‘Estos últimos han trabajado solo una hora, y los has tratado igual que a nosotros’. No es fácil entender la gratuidad de Dios. Cuando la mirada no es limpia, empiezan los cálculos, las comparaciones; no aceptamos la igualdad de trato que Dios tiene. ¿Por qué se excede en generosidad con los últimos? Nuestra vieja mentalidad deja a Dios en la periferia del corazón. ¡Cuántas veces pensamos así! Límpianos, Señor. 
¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? Así es el Padre que nos revela Jesús, así nos enamora. Más allá de nuestra justicia está su gratuidad, más allá de nuestros cálculos estrechos está su forma fascinante de amar. Su misericordia nos recrea, nos invita a vivir de otra manera. En su manera de actuar hay una música escondida, quien la oye, comienza la danza de la fraternidad. “Alábele mucho quien esto entendiere” (4M 3,4).





P. Pedro Tomas Navajas (OCD)

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