domingo, 24 de agosto de 2014

Domingo XXI del tiempo ordinario


Lectura orante del Evangelio: Mateo 16,13-20
“Creedme, mientras pudiereis no estéis sin tan buen amigo… La amistad se pierde con la falta de comunicación” (Santa Teresa, Camino 26,1.9). 
¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?’ Esta pregunta nunca pierde actualidad. Pasan los siglos y gentes de todos los lugares de la tierra siguen respondiendo, siguen viendo a Jesús como horizonte de vida y esperanza. El Espíritu mantiene vivo el recuerdo de Jesús en los corazones. Jesús es el gran regalo que nos hace el Espíritu. Una niña coreana, beatificada por el papa Francisco, gustaba de la mirada de Jesús. Un policía le dijo que si hablaba contra Dios, le perdonaría la vida. A eso respondió la niña: “No sabía cómo adorar al Señor hasta que llegué al uso de razón a los siete años. También era muy joven para leer libros. Pero desde los siete años hasta ahora, he adorado al Señor. Por lo tanto, no puedo traicionarlo ni hablar mal de Él incluso si tengo que morir mil veces”. Bendito y alabado seas Señor Jesús. Te adoramos con todos los testigos de tu amor.
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ Jesús, con esta pregunta tan profunda y directa, nos busca como amigo, toca nuestra interioridad, despierta el deseo de vida y de verdad que se esconde en el corazón, sale al encuentro de la sed de alegría y de vida plena a la que todo ser humano aspira. Orar es acoger esta pregunta y atrevernos a responder con calma, de verdad. Cuando lo hacemos, iniciamos con Jesús un diálogo fascinante de amor. ¿Qué te respondemos nosotros, Jesús? ¿Estás en el centro de nuestra vida? ¿Estás vivo en nuestro corazón?  ¿Quién eres para nosotros?
Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.’ Decir quién es Jesús es nuestro gozo como orantes. En el silencio salen del corazón palabras que saben a verdad, que expresan lo más hondo que llevamos dentro. La oración es una paciente espera hasta que el Espíritu dice Jesús en nosotros y nos arrimamos a su amor. Lo más hermoso que puede decir el ser humano es: Jesús, Señor, Amigo. ¡Qué misterio el de dejar que Jesús sea el Señor! Cuando confesamos quién es Jesús, Jesús confiesa quiénes somos nosotros. Cuando le decimos nuestra fe, Él nos muestra todo su amor, nos regala la esperanza para el camino. “Tú eres miel en la boca, melodía en el oído, júbilo en el corazón” (San Bernardo). Tú eres “la hermosura que excede a todas las hermosuras” (Santa Teresa). Tú eres nuestra alegría. Tú. Siempre Tú. .
Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo’. La confesión en Jesús no proviene de nuestras fuerzas, es siempre regalo. La oración es un tiempo gratuito que le damos cada día al Padre para que nos revele con más profundidad y belleza el misterio de Jesús. Con María, permanecemos abiertos a la espera de la presencia de Jesús, en silencioso deseo de comunión con Él, dispuestos a anunciarlo con las obras de cada día. Cuando confesamos a Jesús, Jesús nos hace cimiento de vida nueva, capaces de dar ternura a los más necesitados, pone en nuestra debilidad una fuerza que asegura los pasos de los más débiles. La confesión nos regala la fraternidad, en la que nunca se agota el amor de Jesús. Bendito seas, Padre, por enseñarnos el rostro de Jesús.  

 P. Pedro Tomas Navajas, (OCD)

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