sábado, 2 de agosto de 2014

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario


Lectura orante del Evangelio: Mateo 14,13-21
“Porque decir a un regalado y rico que es la voluntad de Dios que tenga cuenta con moderar su plato para que coman otros siquiera pan, que mueren de hambre, sacará mil razones para no entender esto, sino a su propósito” (Santa Teresa, Camino 33,1).  
Al desembarcar vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. A nuestro lado, en la aldea global del mundo, hay millones de seres humanos que mendigan, sobreviven, sufren. Están en todas partes, vienen de todas partes. La presencia de Jesús es una historia de compasión y ternura que cura. La oración, como experiencia de un latir común con el corazón de Jesús, no puede terminar de otra manera que haciendo visible el amor compasivo y misericordioso del Padre. La capacidad de compasión y de ternura es señal de oración verdadera. Jesús, tú nunca te cansas de dar. ¡Qué inmensa es tu ternura! ¡Cómo desvelas la intimidad del Padre hacia sus hijos, tus hermanos! ¡Bendito y alabado seas!
Dad les vosotros de comer. ¿Abriremos los oídos para oír este desafío? Es tarde para erradicar el hambre, casi de noche, pero será madrugada si insistimos un poco. Es la hora de unir todas las manos para compartir entre todos lo que haya. Hay muchos seres humanos que no tienen qué comer. Jesús ordena lo imposible; llama a hacer algo sólido (solidario) entre muchos. Esta propuesta de Jesús marca el camino para todos sus amigos. No es posible poner los ojos en Jesús sin mirar a los que no pueden comer el pan de cada día. No es posible amar a Jesús sin acercarnos a los que sufren injusticia. No es posible escuchar a Jesús sin escuchar a los que están siembre abajo, sin voz. Encerrarnos en nuestro bienestar egoísta no es humano. Una oración que se desentiende de lo que les pasa a los otros está lejos de Jesús. Descúbrenos tu presencia por los modos y maneras que Tú quieras. Solo contigo podremos dar de comer a quien tiene necesidad.     
Tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos. Los discípulos exponen muchas disculpas, todas justificadas y realistas. Primero: ‘despídelos’. Después: ‘que solo tenemos…’ Es el forcejeo de los orantes. Pero a Jesús nada le detiene. Con audacia inaudita, en una eucaristía, que es lo que ha sido siempre su vida, parte y reparte compasión a manos llenas, y lo hace delante de nosotros, sus amigos, para enseñarnos a amar. Jesús descubre su corazón. Los alimentos son de Dios, para todos. Comienza la fiesta. La Iglesia, con su rostro más glorioso, se hace CÁRITAS. Abres tu mano, Señor, y nos sacias de favores. Nos das tu pan. Despiertas nuestro corazón dormido. Nos enseñas a amar.
Los discípulos se los dieron a la gente. La encarnación de la compasión de la Trinidad se prolonga en la Iglesia. La abundancia de gratuidad recibida por los orantes, lleva a dar gratis lo que han recibido. Y a la hora de dar, son más necesarios los gestos de solidaridad que las palabras hermosas. La experiencia del amor gratuito de Jesús es, hasta tal punto, íntima y fuerte, que la persona experimenta que debe responder con la entrega de su vida. Hágase tu voluntad, Señor. Nada es nuestro. Lo que tenemos es regalo tuyo para los pobres.    
P. Pedro Tomas Navajas, (OCD)

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