domingo, 1 de septiembre de 2013

Domingo vigésimo segundo del tiempo ordinario

Lectura orante del Evangelio: Lucas 14,1.7-14
“Esta alegría de que se entiendan las virtudes de las hermanas es gran cosa” (5M 3,11).
Cuando te conviden a una boda, vete a sentarte en el último puesto’. Orar es dejarnos enseñar por Jesús mientras vamos de camino. Cualquier momento es bueno para sentarnos con Él y escuchar sus canciones de vida. Nos ofrece alternativas, propuestas de libertad. Junto a Él oímos lenguajes desconocidos, en los que se esconde un inmenso amor por nosotros: perder es ganar, sentarse en el último puesto es optar por una nueva relación con todo. El hecho de ser invitados por Jesús a la boda de la vida nos permite arriesgar con libertad en el anonadamiento. Jesús, tú eres amigo verdadero.  Ayúdame a encontrar mi sitio y el de todos. Gracias.
Para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba’. Caminamos con Jesús, le miramos para aprender a ser lo que somos, más allá de todo engaño enmascarado. En ser elegidos y amados está nuestra dignidad y belleza. En aceptar nuestra pequeñez están nuestra grandeza y nuestra libertad; ésa es nuestra verdad. Las glorias postizas nos desfiguran el rostro y humillan a los demás, la gloria verdadera embellece y dignifica a los que están en las orillas. Surge entonces humanidad nueva: Todos levantados por Jesús, todos creciendo juntos (yo soy cuando tú eres), dando valor a todos, empezando por los que están más abajo. Jesús, arriba o abajo, pero siempre contigo, siempre con todos los pueblos de la tierra. 
Todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido’. El egoísmo es mentira, el orgullo ocasiona sufrimiento a nosotros y a los demás, la pretensión de tener la razón nos hace perder los perfumes más hermosos de la vida. La humildad es otra cosa; es aceptación de lo que somos, capacidad para apreciar a los demás, libertad frente a los halagos y las críticas, silencio frente a tanta mentira, distanciamiento de la corrupción. La humildad es andar en verdad; en ese terreno florece la oración, la amistad, el diálogo, la tolerancia, el encuentro y el compromiso. Humildes no son los que reprimen y esconden los dones, ni los que se inventan virtudes; humildes son los que con mirada lúcida se atreven a reconocer la grandeza de los que están abajo. Jesús, solo tú sabes mirar mi corazón.
Cuando des un banquete invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos: dichoso tú porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resuciten los justos’. Esto suena a audacia del Espíritu, a fiesta de la gratuidad. Esto es entrar en la dinámica del Reino. ¡Cómo revoluciona Jesús nuestros esquemas! Fascina o escandaliza. Al amar tanto la vida, dice y hace cosas como éstas. Así muestra al Padre, así desvela lo que somos. Lo hace con una bienaventuranza desbordante, ‘dichosos’, porque el gozo compartido con los últimos es nuestra verdadera identidad, lo más nuestro. La humildad se asoma en la generosidad gratuita. La fe en ti, Jesús, me hace moverme en esa dirección. 

 P. Pedro Tomas Navajas, (OCD)

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