lunes, 9 de septiembre de 2013

Domingo vigésimo tercero del tiempo ordinario

Lectura orante del Evangelio: Lucas 14,25-33
“Si ella está mucho con Él, poco se debe de acordar de sí”
 (7M 4,6).
Mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo. Muchos seguimos a Jesús.
¿Cómo lo seguimos? ¿Con un seguimiento indeciso, precario, del ‘sí, pero no’? Jesús se vuelve, propone a cada uno/a un camino de libertad y radicalidad, hace una oferta ambiciosa de vida, de alegría y plenitud. No nos es fácil entenderle, porque su propuesta desborda nuestros esquemas mentales. Con la confianza que da el Espíritu aceptamos el cara a cara con Jesús, nos quedamos a solas con sus palabras. Puede ser la hora del despertar, de escuchar una llamada a entrar en la fascinante aventura del Reino, de optar por seguirle. Todo es posible. Sé tú, Jesús, quien oriente mi corazón.
Si alguno se viene conmigo y no pospone a sí mismo, no puede ser discípulo mío’. Es mejor callar de momento, es mejor que las palabras de Jesús golpeen nuestra piedra y desenmascaren la cultura de la mentira y de la mediocridad. Es mejor estar ante quien se ha jugado la vida y nos comparte, como un testigo apasionado, la verdad del Reino. Es mejor estar así, en silencio, hasta que entendamos mejor a Jesús y nos brote una disponibilidad mayor. Es mejor caminar con quien tiene el coraje de hablarnos a contracorriente. Cuando los valores más entrañables se colocan en un segundo plano es que estamos ante un valor excepcional, vital para toda persona. Lo que dice Jesús no es anti humano, al revés. Más allá de nuestro modo de vivir, por muy correcto que parezca, hay más vida. Podemos elegir la vida. Al descubrir el gozo de caminar al aire de Jesús, todo lo demás, incluso uno/a mismo/a, adquiere su justo valor. Jesús, abro los ojos a tu verdad. Gracias por invitarme a caminar contigo. 
Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío’. El seguimiento de Jesús no es un salto en el vacío, aunque sí pide afrontar y llevar la cruz. Seguir a Jesús es una sabia elección de lo que es mejor para nosotros y para los demás. Solo si descubrimos la perla preciosa de Jesús, podemos vender lo demás y pasar por todo, también por la cruz, antes de perder un tesoro tan fascinante. La cruz nace de la decisión de vivir la fe con radicalidad, no proviene del rigorismo. La radicalidad nace en el corazón y se conjuga con la suavidad y el humanismo más solidario. El rigorismo viene de fuera, se impone por la fuerza, destroza vidas. La cruz de Jesús es luminosa, siempre liberadora. Jesús, llevaré mi cruz junto a Ti.  
El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío’. Jesús nos ofrece ser señores de todo, como lo es Él -‘todo es para mí’-. Siguiendo a Jesús, renunciamos a poner los bienes en el corazón porque hemos descubierto un bien mejor. Más que en la renuncia, el acento está en la plenitud y en la alegría. Renunciamos a las bombas, que proporcionan falsas seguridades, para que haya pan y paz en abundancia para los pobres y pequeños de la tierra. Jesús, tú eres mi plenitud. 



P. Pedro Tomas Navajas, (OCD)

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