sábado, 10 de noviembre de 2012

Domingo trigésimo segundo del tiempo ordinario




Lectura orante del Evangelio: Marcos 12,38-44


“Pensar que hemos de entrar en el cielo y no entrar en nosotros, conociéndonos y considerando nuestra miseria y lo que debemos a Dios y pidiéndole muchas veces misericordia, es desatino” (II Moradas 11).
¡Cuidado con los escribas! También en nuestra oración puede haber falsedad. ¡Cuidado! También puede haber vanidad, afán de ostentación, orgullo. ¡Cuidado! También puede ser una excusa más para alimentar el ego. ¡Cuidado! Es increíble la facilidad con que nos consideramos mejores, superiores, primeros, y la facilidad con que marginamos y despreciamos a otros como malos, últimos, perdedores, indignos. Una oración así es falsa y, además, hace daño. Dios dispersa a los soberbios. Una religión sin fe es un peligro que siempre nos acecha y que tiene muchos adeptos. Ven Espíritu, Señor. Enséñame a orar en verdad, en mi verdad de pobre.      
Jesús sentado enfrene del cepillo del templo, observaba a la gente que iba echando dinero. La cosa va de miradas. Siempre estamos mirándonos y hacemos mucho por ser mirados y admirados. El mundo tiene ojos para mirar apariencias; la mirada de Jesús es otra cosa, no es neutral, va a contracorriente, desmonta nuestras mentiras y tinglados espirituales de dominio sobre los otros, saca a la luz la verdad que esconde nuestra pobreza. La oración es dejar que Jesús, sentado en nuestra interioridad, nos mire. “Mira que te mira”. Me pongo a la luz de tu mirada, Jesús.
Muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Tintineo sonoro de las monedas de oro, sonido apagado, casi imperceptible, de dos reales de bronce; dominio de la escena de los que creen que dan y hacen más que nadie, abajada invisibilidad de los que no cuentan, ni valen, ni dan; oración de un yo tan ensalzado que no ve al tú, oración de un yo casi sin sitio. ¿Qué ve Jesús? ¿Dónde pone los ojos? Dios levanta del polvo a los pequeños, alza de la basura al pobre, abraza la verdad de quien no es nada. Tú, Jesús, me amas; esa es mi riqueza.
Os aseguro que esa pobre viuda ha echado… más que nadie. Una pobre, que no está sentada en la cátedra, enseña a vivir el Evangelio. Una mujer, de fe sencilla y corazón generoso, es el mejor reflejo de Jesús que se entrega por entero. Una viuda desamparada, al darse del todo al Todo, dice que Dios quiere ser Todo en todos, plenitud colmada. Una insignificante es espejo para los que oramos y nos tenemos por entendidos en las cosas de Dios. ¡Cuánto necesito a los sencillos para creer en Ti!    
Los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir. Todo un desafío para nosotros: jugar a dar sin dar o darnos por entero, orar solo con palabras o dejar que sea el corazón creyente quien hable, acumular en la estrechez de miras o compartir ampliando los horizontes del corazón, engañar a Dios o confiar totalmente en Él. Solo tú, Jesús, eres el cimiento sobre el que edifico mi casa. Sólo Tú eres mi camino, mi verdad, mi vida. 
P. Pedro Tomas Navajas, OCD.

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