domingo, 29 de abril de 2012

El Domingo IV de Pascua, llamado del Buen Pastor, dedicado a oración por las vocaciones, nos ayuda a contemplar la bondad y ternura del Resucitado que acompaña a cada ser humano, aún los más lejanos y desagradecidos.
"YO SOY EL BUEN PASTOR". 


Cuando Jesús dice Yo soy, está revelando su amor más entrañable, está poniendo la piedra angular sobre la que se levanta la dignidad y belleza del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios. Que Jesús sea el buen Pastor es una garantía de vida para los más pequeños; éstos saben Quién guía sus vidas, Quién los cuida, de Quién se pueden fiar cuando atraviesan cañadas oscuras, con Quién estrenan cada día caminos de libertad y alegría. Jesús, es una suerte inmensa tenerte a mi lado, saber que vas conmigo. Tú eres una oportunidad de gracia para mí. Al seguirte, mi vida se llena de alegría. Nadie me arrebata de tu mano.  

 

El buen pastor da la vida por las ovejas. Jesús resucitado quiere nuestra vida, está siempre levantando la vida; su alegría es que vivamos en plenitud. Jesús se acerca a nosotros, que somos su todo, para enseñarnos a respirar el mismo aire que Él respira. Es amigo de dar y de darse por entero. Todo lo que tiene y es, lo pone en nuestras manos. Nadie nos da tanto, nadie nos quiere tanto. Orar es aprender a recibir la vida de Jesús, es cantar sus canciones de amor por los caminos. Tu vida, Señor, está escondida en la mía. Con tu amor, manando siempre en mi pozo, nada me falta. 



Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen. Jesús no está lejos de nosotros, vive con nosotros. Nos conoce, se interesa por nosotros. Le importamos mucho más de lo que podemos imaginar. No solo nos atrae como un modelo o nos marca los caminos como un faro en el puerto, sino que nos ama a cada uno de manera personal. La llamada a tratar de amistad con Él, a estar con Quien sabemos que nos ama, es fruto de la resurrección. Cuando oramos, se renueva la relación íntima con Él, escuchamos su voz, lo conocemos cada vez mejor, nos alimentamos de su pan de vida. Gracias, Jesús, buen pastor de mi vida. Tú me conoces y me amas como nadie. Nadie me habla al corazón como Tú. Gracias. 


Yo doy mi vida por las ovejas. El amor de Jesús no tiene límites, porque nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos. Su entrega llega al don generoso de la propia vida. Su totalidad de amor sale al encuentro de nuestro vacío total. No se guarda nada para sí, todo lo que el Padre le da lo comunica gratuitamente, a todos nos entrega el Espíritu. Quien se fía de Él, no queda defraudado. Tu fuente nunca deja de manar. ¿Cómo te responderé yo? ¿Te contentaré con solo palabras? 



No hay comentarios:

Publicar un comentario