lunes, 23 de abril de 2012

DOMINGO III DEL TIEMPO PASCUAL

En el tercer Domingo de Pascua el Señor Resucitado se hace presente en medio de nosotros, camina nuestros caminos, se hace nuestro compañero y nos regala el don precioso de la Paz.

Contaban los discípulos cómo reconocieron a Jesús al partir el pan. Jesús les salió al encuentro a los discípulos; lo reconocieron al partir el pan. Ahora ya son de Jesús y Jesús es de ellos; cambiaron el camino hacia la muerte por el camino hacia la vida. Ahora cuentan a los demás la alegría que inunda su corazón. La resurrección de Jesús, una experiencia única, es el último capítulo de una historia de amor inaudita. Así ha sellado el poder del Padre la legitimidad del mensaje de Jesús.  Jesús, en la eucaristía, partes tu pan para mí y para todos. Gracias infinitas. 

Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo: ‘Paz a vosotros’. Cuando dos o más se reúnen para recordar y celebrar que Jesús está vivo, se renueva la resurrección. Jesús se hace presente, en medio, como un don, saluda a todos con la paz, que es la síntesis de todos los bienes que hacen feliz al ser humano. Llamamos oración a esta capacidad nueva de encuentro de Jesús con los suyos y de éstos con el Resucitado. El encuentro con Jesús vivo es la alegría de la comunidad. Jesús, yo sé que estás vivo en el centro de mi vida. Gracias por tu presencia. Tenemos que aprender a mirar de nuevo a Jesús resucitado, esto es la oración, para que se despierte la fe en el infinito amor de Dios por nosotros. Jesús está vivo, está en medio de nosotros, se hace visible cuando Él quiere. Jesús, tu vida está llena de vida para mí. Me quedo mirándote.


 Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Jesús nos ayuda a entenderle y a entendernos a nosotros de otra manera. Cuando Él está, todo es nuevo. Nos abre la mente, no solo para admirarle sino para creer en Él. En la Escritura nos encontramos con Él, se nos cura la tristeza del alma, nos cambia el triunfo por el fracaso, vencemos a la muerte. Ven, Jesús, cuando quieras. Inunda mi tienda con tu luz. Quémame con el fuego de tu Espíritu.   


Vosotros sois testigos de esto. Jesús pone en marcha un movimiento de testigos de la resurrección, capaces de contagiar a todos la buena noticia. Jesús conoce nuestros desconciertos y miedos, pero confía en nosotros; nos envía como testigos de que Él está vivo y de que su forma de pasar por este mundo a ritmo de evangelio es el verdadero camino. Quiere que encarnemos su pasión por el Reino con la valentía, audacia y libertad que da el Espíritu. Gracias, Padre, por resucitarnos con Jesús.
(P. Pedro Navajas OCD)

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