sábado, 18 de agosto de 2012

DOMINGO VIGÉSIMO DEL TIEMPO ORDINARIO

Lectura orante del Evangelio: Juan 6,51-58


¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Es ésta una pregunta clave en la vida. ¿Cómo puede Jesús amarnos de forma tan real y concreta, tan humana? A unos escandaliza esta posibilidad de que nos dé su vida y huyen de la fuente, como si Jesús estuviera pidiendo algo irracional. A otros sorprende y fascina esta manera de entender y vivir la vida desde un amor más grande que la muerte y, por ello, un amor en libertad. Este amor nuevo e inaudito da miedo y atrae. En este dilema nos movemos en la vida. Orar es abrirse a la experiencia del amor de Jesús, es entrar sin miedo en la dinámica de amar por ser tan amados. Orar no es pensar mucho, sino amar mucho. Espíritu Santo, abre mi vida al amor de Jesús. Méteme en el asombro.

Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Jesús no se presenta como un modelo al que imitar, sino como un amante que entrega en gratuidad todo lo que tiene y es a los que ama. La Vida quiere ser vida de nuestra vida. El Amor quiere ser amado. ¿Por qué nos cuesta tanto entender y vivir el amor? Jesús no quiere estar fuera de nosotros, no pretende servirnos desde fuera. Jesús quiere meterse en nuestra entraña y amarnos con su amor loco. Esta es la sabiduría que supera todas nuestras sabidurías. Orar es un acto de fe en el ser humano, llamado al amor. Orar es permitir que el amor de Jesús nos toque. Jesús, dame vida, dame tu vida. Así brotará en mí una fuente de alegría.

El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Jesús es un surtidor de vida, y orar es poner nuestro vaso para beber de su fuente. Jesús es el pan de la vida, y orar es comer ese pan para poseer la vida, la palabra, las opciones, los sentimientos, el amor de Jesús. Jesús es todo, y orar es dejar que Él abrace nuestra nada. Jesús es la alegría, y orar es permitir que su humanidad se entrelace con la vida sencilla y ordinaria que vivimos cada día. Jesús, tú me amas y te entregas por mí. Tú eres para mí y yo soy para Ti. ¿Qué más quiero? 

 El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. Cuando nos alimentamos de Jesús, se cumple esta promesa tan impresionante que transforma nuestra vida. La eucaristía es una experiencia central para nosotros. Jesús nos alimenta y anima desde dentro, nos embellece y envía como testigos de su amor desde dentro, nos une a los hermanos y hermanas de la comunidad desde dentro, nos hace solidarios con los pobres desde dentro. Jesús vive en nosotros, nos da la vida que tiene junto al Padre, nos comparte el mismo Aliento con que Él respira. ¿Hay quien dé más? Quiero escribir mi biografía personal contigo, Jesús.

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