viernes, 10 de agosto de 2012

DOMINGO DÉCIMO NOVENO DEL TIEMPO ORDINARIO

Lectura orante del Evangelio: Juan 6,41-51


Nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre que me ha enviado. Perdidos en el ajetreo de la vida, entretenidos en cosas que no dan unidad ni paz al corazón, con un pequeño deseo de plenitud escondido en los adentros, así nos sentimos en no pocos momentos. ¿Cómo encontrar el camino hacia las fuentes? ¿Quién nos dará la mano? El Padre viene a nuestro encuentro. Orar es oír su llamada en la interioridad. La atracción hacia Jesús es regalo de su bondad. Nuestro granito de arena, tantas veces llevado por el viento, se siente empujado hacia Jesús. Después de tanta búsqueda, ¡qué gozo hacernos perdidizos de todo y ser alcanzados por su amor! Padre, Tú me llamas a sintonizar con Jesús. Necesito oír tu llamada. ¡Bendito y alabado seas!   


Y yo le resucitaré el último día. La presencia de Jesús en nosotros no es una presencia pasiva, sino transformante. Propicia caminos nuevos entre desiertos. Hace manar fuentes en la estepa. Es creador de la mañana. Rompe la muerte para que la vida tenga la última palabra. No es una ley la que dirige nuestra viada, es su amor el que guía nuestros pasos. Mi silencio se llena de tu palabra. Mis manos vacías se abren y se llenan de tu amor. Yo soy porque Tú me haces ser. Gracias infinitas, Señor Jesús.
El que cree, tiene vida eterna. Acallando toda crítica que surge en nuestro sótano, abrimos los dinteles de las puertas para que entre la vida y todo lo inunde por completo. Nos quedamos con la eternidad entre las manos. Nuestra vida queda vestida de fiesta. Creer en Jesús es ver cómo se crea en nosotros lo infinito. Jesús, con tantos trocitos de mentiras en mi corazón, me paro para oírte la vida y saborearla con calma. Tengo ganas de conocer los secretos ocultos de tu amor en mi finitud. 
Yo soy el pan de vida. Jesús: siempre relacionado con la Vida de nuestra vida. Jesús:   alegría no vendida en los mercados. Jesús: ternura, belleza, intensidad de vida. Jesús: verdad honda, canto de libertad. Jesús: historia más real que todos nuestros fracasos. Su Yo sale al encuentro para que no gastemos la vida alimentando un estúpido culto a nuestro yo. En su eucaristía ya no cabe la muerte; en ese vivo pan podemos gustar sus amores y quedar envueltos en la gratuidad más absoluta. Jesús, abro mis manos para recibir el pan que tú vas esparciendo en mi camino. ¡Qué grande es tu amor!   
El pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. Nada se ha hecho sin una gran pasión. La carne entregada de Jesús se hace fuente de vida, vivir nuevo. Alimentados de Él, podemos remar mar adentro, entrar sin miedo en la espesura del amor. Es hora de caminar, de no matar la primavera con las dudas. Gracias, Jesús. El camino es superior a mis fuerzas, pero tu pan me da fuerzas para seguir.

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