Lectura orante del Evangelio: Juan 6,41-51

Nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre que
me ha enviado. Perdidos en el ajetreo de la vida, entretenidos en
cosas que no dan unidad ni paz al corazón, con un pequeño deseo de plenitud
escondido en los adentros, así nos sentimos en no pocos momentos. ¿Cómo encontrar
el camino hacia las fuentes? ¿Quién nos dará la mano? El Padre viene a nuestro
encuentro. Orar es oír su llamada en la interioridad. La atracción hacia Jesús
es regalo de su bondad. Nuestro granito de arena, tantas veces llevado por el
viento, se siente empujado hacia Jesús. Después de tanta búsqueda, ¡qué gozo
hacernos perdidizos de todo y ser alcanzados por su amor! Padre, Tú me llamas a sintonizar con Jesús. Necesito oír tu llamada. ¡Bendito
y alabado seas!
Y yo le resucitaré el último día. La
presencia de Jesús en nosotros no es una presencia pasiva, sino transformante.
Propicia caminos nuevos entre desiertos. Hace manar fuentes en la estepa. Es
creador de la mañana. Rompe la muerte para que la vida tenga la última palabra.
No es una ley la que dirige nuestra viada, es su amor el que guía nuestros
pasos. Mi silencio se llena de tu palabra.
Mis manos vacías se abren y se llenan de tu amor. Yo soy porque Tú me haces
ser. Gracias infinitas, Señor Jesús.
El que cree, tiene vida eterna. Acallando toda crítica que surge en nuestro sótano, abrimos los dinteles de las puertas para que entre la vida y todo lo inunde por completo. Nos quedamos con la eternidad entre las manos. Nuestra vida queda vestida de fiesta. Creer en Jesús es ver cómo se crea en nosotros lo infinito. Jesús, con tantos trocitos de mentiras en mi corazón, me paro para oírte la vida y saborearla con calma. Tengo ganas de conocer los secretos ocultos de tu amor en mi finitud.
El que cree, tiene vida eterna. Acallando toda crítica que surge en nuestro sótano, abrimos los dinteles de las puertas para que entre la vida y todo lo inunde por completo. Nos quedamos con la eternidad entre las manos. Nuestra vida queda vestida de fiesta. Creer en Jesús es ver cómo se crea en nosotros lo infinito. Jesús, con tantos trocitos de mentiras en mi corazón, me paro para oírte la vida y saborearla con calma. Tengo ganas de conocer los secretos ocultos de tu amor en mi finitud.

Yo soy el pan de vida. Jesús:
siempre relacionado con la Vida de nuestra vida. Jesús: alegría no vendida en los mercados. Jesús:
ternura, belleza, intensidad de vida. Jesús: verdad honda, canto de libertad.
Jesús: historia más real que todos nuestros fracasos. Su Yo sale al encuentro
para que no gastemos la vida alimentando un estúpido culto a nuestro yo. En su
eucaristía ya no cabe la muerte; en ese vivo pan podemos gustar sus amores y
quedar envueltos en la gratuidad más absoluta. Jesús, abro mis manos para recibir el pan que tú vas esparciendo en mi
camino. ¡Qué grande es tu amor!
El pan que yo daré es mi carne, para la vida del
mundo. Nada se
ha hecho sin una gran pasión. La carne entregada de Jesús se hace fuente de
vida, vivir nuevo. Alimentados de Él, podemos remar mar adentro, entrar sin
miedo en la espesura del amor. Es hora de caminar, de no matar la primavera con
las dudas. Gracias, Jesús. El camino es
superior a mis fuerzas, pero tu pan me da fuerzas para seguir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario