sábado, 4 de agosto de 2012

DOMINGO DÉCIMO OCTAVO DEL TIEMPO ORDINARIO

Lectura orante del Evangelio: Juan 6,1-15
Maestro, ¿cuándo has venido aquí? Andamos sedientos de vida, tocados por dentro por el misterio de Dios. Pasamos mucho tiempo ocupados y preocupados por cosas, sin duda, importantes, pero nada de esto nos sacia por completo. Jesús nos sale al encuentro. No sabemos cómo, pero se hace presente. Su presencia nos atrae y, a la vez, nos da miedo, nos agita por dentro, despierta nuestro misterio y nos contagia su locura de amor. ¿Cuál es su secreto? Tiene algo que necesitamos vitalmente. Es una suerte dar con Él o con sus amigos. Jesús, dame ese secreto de vida que llevas dentro. Me alegro de estar contigo, de acoger lo que me quieres dar.
 
Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. La oración es la oportunidad de estar atentos. Jesús nos desvela otra manera de vivir, que no nos resulta fácil de aceptar porque rompe nuestros esquemas. Buscamos pan para alimentar nuestra vida, pero no buscamos lo que da sentido a nuestra vida. Nos faltan ojos para ver a Jesús. Además, quien entiende el signo de Jesús no solo busca el pan sino que lo comparte con los más pobres. Jesús, ábreme a tu gracia, conviérteme a ti.


Trabajad por el alimento que perdura, dando vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre. Trabajar es creer en Jesús. La fe en Él ensancha nuestros límites, nos hace capaces de recibirle. El trabajo de la fe nos mete en la gratuidad más absoluta. Jesús, el amigo de dar vida, está con nosotros. El pan que nos ofrece es Él mismo. Jesús, quiero tu vida.  


Señor, danos siempre de ese pan. Ninguna señal es suficiente para quien no se atreve a confiar. Quien pide el pan que sacia el hambre de vida que tiene todo ser humano, confía en Jesús. ‘Danos tu pan’ ¡Qué petición tan bella! Jesús, tú que eres portador de vida, quítame los miedos y ayúdame a fiarme de ti. Dame vida, dame tu vida. 

Yo soy el pan de vida. El que cree en mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed. Jesús nos hace una proclamación insólita de vida. Se presenta como el pan de vida eterna. Para alcanzar ese pan, hay que creer en Él. Creer en Jesús le da a nuestra vida una fuerza indestructible. Somos plenamente humanos cuando comemos de su pan. Detrás de Jesús está el Padre como fuente inagotable de vida, está el Espíritu como dador de vida. Delante, está una humanidad a la espera de la vida verdadera. Jesús, te pongo en el centro de mi vida. Ese es tu sitio y el mío. Y donde Tú estás, están los que pasan hambre de pan y de dignidad. Gracias, Jesús.
P. Pedro Navajas ocd

No hay comentarios:

Publicar un comentario