Lectura orante
del Evangelio: Juan 4,5-42
Oye a los pobres el Señor”
(Santa Teresa, Carta 86,4).
Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado
junto al manantial.
Jesús
está en el brocal de nuestro pozo; este es el lugar que ha escogido para
esperarnos. Está con hambre de compartir, de encuentro, de amor. Metidos en mil
cosas olvidamos su presencia, quemamos la vida sin estar con quien nos ama.
Jesús, que es manantial de amor, está muy cerca de nosotros, en nuestra
interioridad. ¿Cómo cruzar el umbral que nos separa de Él? Como a la mujer de
Samaría, solo una sed honda, a veces desconocida, nos alumbra y un cansancio,
por no amar ni ser amados, nos hace buscar el manantial. Nos da confianza saber
que el Señor oye a los pobres. Sal,
Espíritu Santo, de nuestra interioridad y llévanos adentro, donde nace la luz,
donde crece el amor, donde nos espera Jesús.
Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús
le dice: ‘Dame de beber’. El Espíritu es el gran protagonista de todas las historias de conversión,
también de la nuestra. Aunque tardemos años en reconocer su presencia, nos
habla con gestos sencillos y palabras imprevisibles, su música está escondida
en las tareas cotidianas. ¡Qué magníficos son sus guiños! Es el padre amoroso
de los pobres. Su gozo es llevarnos a Jesús, llevar a todos al encuentro con
Jesús. Las distancias más largas las acorta con su llama de amor viva. Se calla
cuando nos deja, cara a cara, ante Jesús, cuando comienza el diálogo
sorprendente entre Jesús y nosotros. Jesús,
¿qué nos pides hoy?
‘Si conocieras el don de Dios, y quién es el que
te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva’. Jesús nos conoce, sabe lo que nos impide
beber el agua viva. Jesús busca nuestra alegría, nos ofrece plenitud. Como la
samaritana, también nosotros podemos saber muchas cosas, que,
sorprendentemente, no nos dan la sabiduría para encontrarnos con Jesús, porque
son como un caparazón que nos aleja del don de Dios presente en nuestro
corazón. Renunciar a esos saberes, desaprender, no nos es fácil. Nos agarramos
a ellos, nos dan seguridad, no nos dejan arriesgar. “Si conociéramos el don…”,
así nos habla Jesús, podría comenzar en nosotros un lento proceso de alumbramiento.
Entramos en la nube del no saber, para
aprenderlo todo de ti, Jesús. Con el
cántaro vacío, nos acercamos a tu fuente. Solo Tú puedes saciar nuestra sed.
La mujer le dice: ‘Señor, dame esa agua; así no
tendré más sed’. Después
de haber alimentado la vida con espejismos de oasis inexistentes y de haber
buscado agua en cisternas agrietadas, podemos descubrir, junto a Jesús, nuestro
jardín secreto, lleno de dones, y abrirlo para que disfruten de él los pobres
que nos rodean, porque los dones de Dios nunca son de propiedad privada,
siempre son para todos. En viniendo la vida, ya no queda ni rastro de la
muerte. El soplo colosal de la fe en Jesús todo lo recrea. Después de haber
conocido a Jesús, ya nada es lo mismo. El cansancio del alma deja paso a la
alegría misionera: Que todos conozcan a Jesús; el pozo es ahora una fiesta de
solidaridad inagotable: Que todos tengan vida, que toda sed quede colmada por
el agua viva de Jesús. La vida es más hermosa cuando en ella está Jesús.
Comienza otra danza. Jesús, como hizo la
samaritana, te bendecimos con la alegría.
P. Pedro Tomas Navajas (OCD)
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