Lectura orante del Evangelio: Mateo 4,1-11
“Cada día
me hace Dios mayores mercedes. Sea por todo bendito” (Santa Teresa, Carta 83,7).
El
tentador se le acercó y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se
conviertan en panes”. La máquina de la seducción tiene una fuerza increíble,
quiere paralizar la vida, esconder la ternura, dejar solos a los pobres.
Llevamos dentro el germen del mal. Nuestros sentidos se sienten afectados,
halagados, provocados. Y no vale esconder la cara y huir. La vida es combate. ¡Oh Señor, mira que somos frágiles!
Revístenos de tu fortaleza.
Jesús le
contestó: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la
boca de Dios”. No es lo mismo escuchar que ignorar la Palabra de Dios.
Su boca no se calla en el silencio de la noche. Su Palabra creadora fortalece
en las pruebas. Su fuerza y su mirada alientan en la tentación. Jesús desea que
nos movamos al ritmo de la Palabra y comience la fiesta del Reino. La vida que
infunde el Espíritu en los corazones se termina asomando y se convierte en una
danza de servicio a los pobres. Cuando todo parece sombrío, Él abre caminos
nuevos, insospechados. Si Tú estás con
nosotros, nadie podrá quitarnos la alegría.
Si eres
Hijo de Dios, tírate abajo”. Nada es claro ni fácil en la vida. Las tentaciones vienen
de todos los lados. ¿Cómo aprender a ser libres, para amar como Jesús? ¿Cómo
elegir los caminos que llevan a la vida cuando los caminos que llevan a la
muerte son tan atractivos? Ponemos los
ojos en ti, Jesús. Dejamos sitio al Espíritu. Confiamos en la bondad del
Padre.
Jesús le
dijo: “No tentarás al Señor, tu Dios”. Antes de
formarnos en el seno materno, Dios ya nos conocía. Ahora y siempre está con
nosotros, nos busca y nos espera. ¿Qué responderemos a esto? Con su roce nos
toca y nos da su Espíritu, que no es de temor sino de fortaleza y amor. No
quiere otra cosa que amarnos. En Él está nuestro bien. Dios es cercanía y
encuentro. Él es mañana de esperanza, dador de sentido pleno a nuestro vivir. Sin Ti, Dios nuestro, no sabemos quiénes
somos ni adónde vamos. Tú nunca nos fallas. Eres alegría.
Todo esto
te daré si te postras y me adoras”. No nos es fácil detectar e
identificar las tentaciones para afrontarlas y no caer en ellas. Necesitamos la
lucidez del Espíritu y la de los amigos del Espíritu para no caer en la
infidelidad y seguir creyendo en los paisajes de Dios. Tú, Señor, despliegas en tus promesas una gratuidad amorosa. Nunca
engañas.
Le dijo
Jesús: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”. El
Señor es el único, el único Dios de nuestra vida; nos invita a despojarnos de
tantos ídolos y a adorarle a Él. El nos quita los miedos, nos llena de paz y
nos consagra para la danza; de Él mana la vida. Necesita nuestra transparencia
para asomarse en nosotros, nuestras manos para acariciar y llenar el mundo de
ternura, nuestros pies para anunciar la alegría del Evangelio, nuestros ojos
para querer y mirar bonito, nuestro corazón para vibrar al son de la gracia,
nuestro cuerpo para danzar. En la adoración Él nos da la fuerza y la energía
para ayudar a los que tienen débiles las rodillas, nos da ojos para
regalárselos al que nunca ha mirado con belleza, nos da manos para unirlas al
que las esconde para no dar, nos da corazón para ponerlo a latir junto al
corazón calculador, nos da brazos para abrazar al que no se atreve a manifestar
su amor, nos da cuerpo de danza para alentar lo que está sin vida. ¡Bendito y alabado seas, Señor!
P. Pedro Tomas Navajas (OCD).
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