domingo, 15 de septiembre de 2013

Domingo vigésimo cuarto del tiempo ordinario


Lectura orante del Evangelio: Lucas 14,25-33
“Sea Dios nuestro Señor por siempre alabado y bendito. Amén, Amén” (Epílogo de Moradas 4).
Ese acoge a los pecadores y come con ellos’. El gesto más sorprendente de Jesús manifiesta el modo de actuar de Dios. Esto es fundamental para los orantes. No llegamos a Dios por el cumplimiento de la ley, Él llega a nosotros por el amor incondicional y sin medida. Jesús muestra que Dios está dispuesto a todo para encontrar lo perdido. ¡Qué búsqueda tan apasionada la suya! La murmuración crece al ver cómo se comporta Dios con nosotros. Los pecadores no tienen miedo de Jesús, se acercan a Él y comparten la mesa con Él. Esto es una delicia. Reconozco tu amor. Para Ti nunca estoy perdido/a. Me llevas tatuado/a en tu corazón.
Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse’. Dios es la alegría, la alegría del encuentro. No sabe estar sin nosotros. Nos busca mucho más que nosotros a Él. Está empeñado en amarnos. En la oración descubrimos que, por muy perdidos que estemos, siempre somos amados por Dios. No es momento de mirarnos a nosotros, sino de poner los ojos en Él. Dios mío, yo soy tu alegría. ¡Qué grande eres! 
‘Me pondré en camino adonde está mi padre’. Estar lejos de Dios es estarlo de nosotros. Encontramos a Dios cuando nos ponemos en camino hacia nuestro más profundo centro. Ahí nos espera, porque Él es nuestro corazón; llevamos en nuestras entrañas dibujado su rostro. La oración es la experiencia de conversión que nos permite llamar a la puerta de la fiesta insospechada de la gratuidad. Dios no quiere ser servido, quiere ser amado. Dios, eres amor, te descubro como misericordia. Gracias.
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió, y echando a correr, se le echó al cuello, y se puso a besarlo. Al Padre de Jesús no le gusta que nos despreciemos ni que despreciemos a nadie por muy nada que nos parezca su vida. Nos reviste de hermosura para que nos veamos tal cual somos. Dios confía en nosotros, nos ama a todos por muy perdidos que estemos. Sale a buscarnos, a darnos el abrazo más entrañable. Esta experiencia de su amor es la que nos hace creer. Bendito seas, Padre. Tú siempre estás vuelto hacia mí. Tu amor me vuelve loco/a.
Deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado’. Si Dios es tan bueno con nosotros, ¿dará lo mismo ser de una manera u otra? No. ¿Cómo va a ser lo mismo la tristeza que la alegría, el hambre que el compartir el pan en la mesa, prepararnos para la guerra o adiestrarnos día tras día para la paz? La experiencia de Dios pasa por amar a los hermanos, por gozarnos con su alegría. Bendito seas Padre de mi Señor Jesucristo.

            ¡Feliz Domingo en PAZ, sin GUERRA!



P. Pedro Tomas Navajas, (OCD)

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