Lectura orante del Evangelio: Juan 21,1-19
“Pues en alguna manera podemos gozar del cielo en
la tierra, que (Jesús) nos dé su favor para que no quede por nuestra culpa y
nos muestre el camino y dé fuerzas en el alma para cavar hasta hallar este
tesoro escondido, pues es verdad que le hay en nosotras mismas” (5 Moradas
1,2).
Mis ovejas escuchan mi voz’. El Espíritu mantiene vivo el recuerdo de
Jesús en los creyentes. Éstos abren cada día la mente y el corazón a la novedad
inagotable de Jesús. Lo hacen con libertad, porque la palabra, llena de vida,
de Jesús es ofrecida pero no impuesta. En la voz de Jesús escuchan una llamada
de amor y paz que toca las raíces del corazón. Al optar por escuchar a Jesús
comienza el camino apasionante de la oración. Jesús, me acerco a escucharte. Tus palabras son de vida. Háblame.
‘Yo las conozco’. Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre. Conoce a
los que se acercan a Él, se relaciona con ellos, tiene tiempo para amarles, les
da vida. El camino andado con Jesús y la vida compartida con Él hacen que su
presencia sea cada vez más viva en los orantes. Su conocimiento amoroso es la
respuesta a todas las preguntas. Tú me
conoces, Jesús. Me conoces para que te amé. Siempre tienes tiempo para mí.
Ellas me siguen’. Vivimos de verdad cuando decidimos libremente
seguir a Jesús, cuando ponemos en Él los ojos. Jesús es el centro. Querer ser
cristiano sin seguir a Jesús es imposible. Seguir a Jesús es atreverse a vivir
como Él. Jesús nunca se vuelve una costumbre, algo ya sabido; ofrece vida y
novedad a manos llenas. Al seguirle, aparece la cruz; un seguimiento que no
cuesta nada, no vale nada. Seguir a Jesús es tomarse en serio la salvación de
la humanidad. A quienes le siguen les brota la creatividad, estrenan cada día
la alegría. Quiero seguirte. En ti está
la vida.
‘Yo les doy la vida eterna’. Jesús sabe la necesidad que tenemos de
vida verdadera. El fondo que reclama nuestro ser es la vida que no acaba. Jesús
es el que sabe dar vida. Cuando Él está presente brota la vida como un río de
alegría. No hay que esperar al más allá para vivir en plenitud; Jesús regala la
vida aquí y ahora. Ninguna muerte tiene más poder que la vida. Podemos cantar
en medio de la prueba, danzar también en los tiempos más sombríos. Es hora de
atrevernos a vivir, aun no entendiendo. Jesús,
quiero tu vida, quiero que bulla en mis entrañas y se desborde en la entrega. .
‘El Padre y yo somos uno’. Jesús es el fiel reflejo de la bondad del
Padre, vive en comunión plena con Él. Conocemos al Padre al vivir con Jesús; al
amar a Jesús, el Padre vive en nosotros. Te
alabo, Padre, manantial inagotable de vida. Te alabo, Jesús, vida entregada en
gratuidad. Te alabo, Espíritu Santo, vivificador de toda vida.
¡Feliz Pascua de
Resurrección!
P.Pedro Tomas Navajas. (OCD)
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