Lectura orante del Evangelio: Lucas 3,15-16.21-22
“Si pierden la guía, que es el buen Jesús, no
acertarán el camino… No quiero ningún bien, sino adquirido por quien nos
vinieron todos los bienes. Sea para siempre alabado, amén” (6 Moradas
7,6.15).
El pueblo estaba en expectación. La búsqueda y la expectación son
sentimientos que acompañan a los orantes. Cuando alguien se acerca a Jesús y le
sigue, siempre ocurren cosas nuevas. La oración, aunque sea de quietud y
silenciosa, no consiste en quedarse con los brazos cruzados. En el encuentro
con Jesús se prepara un futuro nuevo; incluso las crisis son oportunidades para
abrir la vida a una nueva identidad. Cuando
tú, Jesús, eres el Señor de mi vida, todo cambia; tu modo de vivir es el
mío.
Viene el que puede más que yo y no merezco
desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y
fuego. Lo que transforma
nuestra vida en algo nuevo no es el agua, o sea, nuestra voluntad de querer
cambiar las cosas, sino el Espíritu en
el que Jesús nos bautiza y sumerge. El pecado como fracaso de la vocación
humana es quemado por el fuego del Espíritu. Orar es mirar, enamorados, la
humanidad de Jesús, en quien se nos da todo. El mayor regalo que nos hace Jesús
es mostrarnos su humanidad; en ella se nos revela nuestra verdadera humanidad.
El bautismo es un canto a la humanidad vivida al estilo de Jesús. Te doy gracias, Padre, por Jesús, tu Hijo
querido. En Él aprendo a conocerte y amarte.
Mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el
Espíritu Santo sobre él. Jesús sale del agua y ora. El Espíritu es fruto de la oración. Al quedar
Jesús bautizado, inundado, marcado por el Espíritu, se manifiesta en Él la
humanidad nueva. Orar es la gran suerte de tener la humanidad de Jesús delante,
al lado, dentro de nosotros. Ese es nuestro bautismo: Verle vivir, cómo se
atreve a llamar hermanos a todos, a dar la vida por ellos, cómo se hace pobre
entre pobres, libre, esclavo de un amor al hombre, razón de su vivir y llanto.
Su nombre es Jesús, su ley el amor, su gran pasión el perdón, su ambición la
paz, su terreno la verdad. Cuando te miro
Jesús, cuando te escucho y te hablo, me comunicas tu amor y a mí me brota
responder amándote. Vamos juntos.
Y vino una voz del cielo: Tú eres mi Hijo, el
amado, el predilecto. En
esta voz está el sí de amor de Dios al mundo. La oración, como dimensión esencial de nuestro bautismo, nos
permite oír esta voz en Jesús, en quien está Dios de forma humana y resplandece
de forma incomparable. Renunciando a su forma divina de ser Dios, asume la
forma humana de ser Dios. Así, todo acontecimiento de Jesús es una invitación a
la fe. ¡Qué aprendizaje tan fascinante para nosotros! Jesús, tú me invitas a un diálogo de amor con el Padre, en el que
encuentro mi identidad más honda, fuente de inspiración y mi fuerza.
Gracias.
P. Pedro Tomas Navajas, (OCD)
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