Lectura orante del Evangelio: Marcos 10,2-16
Se acercaron unos fariseos y le preguntaron a
Jesús, para ponerlo a prueba: ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su
mujer? Van a Jesús con un problema real, aunque sea para
ponerlo a prueba. El problema también es de hoy. La vieja mentalidad ha
endurecido el corazón y ha hecho olvidar los caminos de la vida. ¿Es lícito
romper la comunión? ¿Tiene justificación alguna seguir con el dominio del varón
sobre la mujer, de los poderosos y grandes sobre los débiles y pequeños? ¿Qué
dice Jesús, tan cercano al pueblo, tan fiel a la voluntad de Dios, tan libre? Vuelvo a ti, Jesús, mi mirada. Te necesito.
Abro mi corazón para que me hable tu palabra.
Al principio de la creación Dios los creó hombre y
mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su
mujer, y serán los dos una sola carne. Jesús va
a las raíces de Dios, fuente de todo amor; hacia esa fuente dirige nuestra
mirada. Dios nos ha creado para ser felices en un proyecto de plenitud para el
ser humano, en un designio de comunión de vida y amor. Es posible vivir, desde
Dios, el matrimonio como amor, libre y gratuito, sin imposiciones ni dominios
falsos. Solo hay amor entre personas libres e iguales. Jesús, también aquí,
defiende al pobre, a la mujer repudiada y ninguneada. Las diferencias entre
varón y mujer no pueden impedir que cada uno tenga palabra y dignidad. La
fuente del amor es tan bella, que justifica que el varón y la mujer abandonen
el yo (padre y madre) y se pongan en camino para encontrar el nosotros y crear
una historia de amor juntos. Vivir el amor es siempre la forma privilegiada de
seguir a Jesús. Donde hay amor, allí
estás tú, Jesús. Donde hay amor, ahí te adoro, Jesús.
Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Con
Jesús llega la novedad. Nuestros pecados contra el amor no empañan la belleza
del plan de Dios. Las crisis de amor verdadero y la dureza de corazón no se
tapan con paños calientes. Hay un primer amor, el de Dios, en el que se
cimientan todos los demás amores. El bien de los seres humanos está en la
comunión, en el intercambio de dones, en la solidaridad más honda y real. La
comunión de vida y amor cura la soledad, afronta la pobreza, ofrece respuestas
creativas a la destrucción del ser humano. El matrimonio es un espacio de Dios,
una parábola de comunión en un mundo roto, un lugar de bendición de Dios para
la humanidad, es la poesía humana en la que se dice el amor de Dios. En todo
amor verdadero se dice Dios y siempre tienen sitio los pequeños. El matrimonio
es un lugar privilegiado para descubrir a Dios, para orar. Jesús, toma mi amor roto, hazlo de nuevo. Que mi Amado es para mí y yo
soy para mi Amado.
En el comienzo
del Año de la Fe
P. Pedro Navajas, OCD

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