Domingo vigésimo noveno del tiempo ordinario
Lectura orante del Evangelio: Marcos 10,35-45
“No es pequeña
lástima y confusión que, por nuestra culpa, no entendamos a nosotros mismos ni
sepamos quién somos” (I Moradas 1,2).
Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha
y otro a tu izquierda. También en la oración se cuelan las ambiciones personales,
las pretensiones de grandeza. Puestos de honor, búsqueda de gloria, deseo de
que nuestro nombre esté en boca de muchos… todo es expresión de una sed
confundida y de un seguimiento de Jesús mal entendido. Cuando el propio yo se
levanta por encima del amor solidario, cuando la propia gloria oscurece la
dignidad de los pequeños, entonces hay mucha hojarasca en nuestra oración. Necesitamos
conversión. Jesús, ayúdame a ponerme en
la verdad.
No sabéis lo que pedís. Llevamos tanto
tiempo orando y no sabemos lo que pedimos. Jesús invita a desaprender, a entrar
en la nube del no saber, para llegar a una alegría más sobria y humilde. La
gloria y belleza de la fe es otra cosa, la obra del Espíritu tiene otra
melodía, el triunfo de Jesús es más silencioso pero más real. Necesito encontrarme contigo, Jesús. Quiero
seguirte. Sin ti, todo se me hace incomprensible, confundo los caminos, no sé
ni lo que pido.
Sabéis que los que son reconocidos como jefes de
los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Nos
rodea una lógica que no es la de Jesús; si entra en el corazón de la oración
estamos perdidos. La injusticia y la opresión meten más ruido, dan la espalda a
Dios y a los pequeños de la tierra. Pero
Jesús prepara en nuestra interioridad una respuesta, que tiene la frescura y
novedad del Evangelio. Su nombre es servir, dar la vida. Jesús, renueva mi fe, enséñame a vivir a tu manera.
Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande,
sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. El
diálogo con Jesús está reñido con las componendas. La radicalidad del ‘nada de
eso’ nunca pasa de moda. Una autoridad que no libera y una grandeza que no
engrandece a los pequeños, no tiene nada que ver con Jesús. Mover el mundo
hacia el bien, ponerse en camino para servir a los últimos, afirmar el bien del
otro, anunciar el Evangelio como respuesta a las grandes preguntas que se hacen
hoy los pobres, eso sí tiene que ver con Jesús. El programa de los orantes es
solo el Evangelio. Escucho y acojo tu
reclamo, Jesús, en esta hora.
El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan,
sino para servir y dar su vida en rescate por todos. Servir y dar
la vida: un camino distinto, un camino sorprendente de grandeza, el camino de
Jesús, el camino de los orantes. Servir y dar la vida: una llama de amor y de
bondad, una fe que da vida al mundo, una fuente de alegría. No te imaginaba ni te esperaba, Jesús, con
estos ropajes. No me imaginaba yo con esos ropajes. Juntos andemos, Señor. Por
donde tú vayas, quiero ir yo.
P. Pedro Nabajas, OCD

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