En este Domingo sexto de Pascua el Señor nos hace una cariñosa, tierna y comprometedora invitación:
Permaneced en mi amor.
Como el Padre me ha amado, así os he amado yo;
permaneced en mi amor. Jesús solo sabe amar. Su amor es tan impresionante,
que saca amor donde no lo hay. El encuentro con Jesús, con su estilo de amar al
ser humano, nos lleva a optar por Él. Creemos en el amor de Jesús, porque solo
su amor es digno de fe. Orar es permanecer en el amor de Jesús, y estarse
amándole. La oración no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho. Jesús, tu mirar es amar. Gracias.
Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros
como yo os he amado. Jesús no puede pedirnos otra cosa que amor, amor a
Él y amor a todos. Pero nosotros no abrimos fácilmente la puerta del corazón a
los distintos y distantes; encontramos mil razones para justificar el no amar.
Por eso, porque no sabemos ni queremos amar, Jesús nos regala el Espíritu, que
enciende en nuestra interioridad una llama de amor viva. Orar es oír el sonido
del amor en el corazón para aprender a amar como Jesús. Dibuja, Jesús, tu amor en mi fuente, para que quien me mire te vea.
Gracias.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en
vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. El amor
y la alegría van juntos. Jesús vive en el amor del Padre, y de esa fuente le
brota la alegría. La tristeza, la ansiedad, la amargura nos atormentan a
menudo, pero Jesús nos regala su alegría. La alegría, que nace de la conciencia
honda de ser amados por Jesús, es un elemento central de nuestra fe. Quien
conoce y ama a Jesús supera el cansancio de la fe, recupera la alegría, una
felicidad interior lo recorre por dentro. Orar es tocar el gozo de Jesús y
mirarnos en la belleza de su amor. Orar es asomarnos al corazón de María,
entrar en la comunión de la Iglesia, y descubrir allí al Espíritu, que es la
alegría. Espíritu Santo, solo tu amor
cura mi dolencia. Gracias.
A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he
oído a mi Padre os lo he dado a conocer. El amor
de Jesús nunca está ocioso, está en continuo movimiento, busca el bien de las
personas, crea una atmósfera de comunicación a su alrededor, da la vida por sus
amigos, nada ni nadie lo puede romper. Orar es tratar de amistad con Jesús.
Orar es descubrir a nuestro lado a los amigos de orar y abrir con ellos, en
gratuidad, caminos de entrega y compromiso con los pobres. Jesús, me das tu pecho, me enseñas ciencia muy sabrosa y yo me entrego
a ti, confiado en tu amor. Gracias.
Soy yo quien os he elegido y os he destinado para
que vayáis y deis fruto. Mirando a Jesús, descubrimos que el fruto de la
vida es el amor. Hemos sido creados y elegidos, a imagen y semejanza de Dios,
para amar. El amor es nuestra vocación. Quien ama como Jesús, pasa por este
mundo haciendo el bien, aprende a mirar a los demás con compasión.
Orar es pedir al Padre en nombre de Jesús. Orar es atreverse a amar.
(P. Pedro Navajas ocd)
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