Lectura orante del Evangelio: Mateo 20,1-15
“Dios nos
libre, por su Pasión, de decir ni pensar para detenerse en ello ‘si soy más
antigua’, ‘si he más años’, ‘si he trabajado más’, ‘si tratan a la otra mejor’.
Estos pensamientos, si vinieren, es menester atajarlos con presteza; que si se
detienen en ellos, o lo ponen en práctica, es pestilencia y de donde nacen grandes
males” (Camino 12,4).
Al amanecer
salió a contratar jornaleros para su viña. Y también salió a media mañana, hacia mediodía y a
media tarde. Dios es el que sale a buscarnos para invitarnos a trabajar en su
proyecto de amor. Comenzamos la oración cayendo en la cuenta de esta verdad:
Dios nos ama, no nos pierde de vista, nos quiere a su lado, siempre está
llamando a sus criaturas. Cualquier hora es buena para hacerse el encontradizo
y ofrecer sentido a una vida en paro. “No me parece os quedó a Vos nada por
hacer”, “no está deseando otra cosa sino tener a quién dar” (V 1,8; 6M 4,12). A
nosotros nos toca percibir su llamada en nuestra interioridad, rendirnos a ese
protagonismo primero de su amor, darle crédito, consentir, abandonarnos del
todo en Él, dejarnos amar. Mucho más de lo que te buscamos, Tú nos buscas.
Eres fiel. .
Salió al caer
de la tarde, y encontró a otros, parados, y les dijo: ‘Id también vosotros a mi
viña’. Habituados a
tantas horas, días y años viviendo perdidos y tristes, ¿es posible todavía
mantener vivo un hilito de esperanza? La insatisfacción nos puede llevar al
consumismo o a la búsqueda. “Deseaba vivir, que bien entendía que no vivía” (V
8,12). Cuando ya no podemos, ni queremos, ni creemos en nuestro cambio, Dios sí
cree en nosotros y sale a enamorarnos en esta última hora. Dios sabe esperar.
“No basta una caída ni muchas, para que no le deis Vos, Señor, la mano… Los
ojos en Él y no hayan miedo se ponga este Sol de justicia” (V 35,14). Aunque
sea muy tarde en nuestra vida, Señor, tú haces que los atardeceres sean una
madrugada. Contigo, siempre hay una puerta abierta a la alegría.
Recibieron un
denario cada uno. Dios no
defrauda. Lo que es y tiene lo pone en nuestras manos, colma de bienes y
empieza por los últimos. Todo es gracia Todo es derroche: de tiempo, de
palabras y silencios, de presencia, de amor. Todo nuestro bien consiste en
aprender a recibir. “¡Qué cosa es el amor
que nos tenéis! Bendito seáis por siempre, Señor mío, que tan amigo sois de
dar, que no se os pone cosa delante” (C 27,4).
Se pusieron a
protestar contra el amo: ‘Estos últimos han trabajado solo una hora, y los has
tratado igual que a nosotros’. No es fácil entender la gratuidad de Dios. Cuando la mirada no es limpia,
empiezan los cálculos, las comparaciones; no aceptamos la igualdad de trato que
Dios tiene. ¿Por qué se excede en generosidad con los últimos? Nuestra vieja
mentalidad deja a Dios en la periferia del corazón. ¡Cuántas veces pensamos
así! Límpianos, Señor.
¿Es que no
tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? Así es el Padre que nos revela
Jesús, así nos enamora. Más allá de nuestra justicia está su gratuidad, más
allá de nuestros cálculos estrechos está su forma fascinante de amar. Su
misericordia nos recrea, nos invita a vivir de otra manera. En su manera de
actuar hay una música escondida, quien la oye, comienza la danza de la
fraternidad. “Alábele mucho quien esto
entendiere” (4M 3,4).
P. Pedro Tomas Navajas (OCD)
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