Lectura orante del Evangelio: Mateo 16,13-20
“Creedme,
mientras pudiereis no estéis sin tan buen amigo… La amistad se pierde con la
falta de comunicación” (Santa Teresa, Camino 26,1.9).
¿Quién dice la
gente que es el Hijo del hombre?’ Esta pregunta nunca pierde actualidad. Pasan los
siglos y gentes de todos los lugares de la tierra siguen respondiendo, siguen
viendo a Jesús como horizonte de vida y esperanza. El Espíritu mantiene vivo el
recuerdo de Jesús en los corazones. Jesús es el gran regalo que nos hace el
Espíritu. Una niña coreana, beatificada por el papa Francisco, gustaba de la
mirada de Jesús. Un policía le dijo que si hablaba contra Dios, le perdonaría
la vida. A eso respondió la niña: “No sabía cómo adorar al Señor hasta que llegué al uso de razón a los siete
años. También era muy joven para leer libros. Pero desde los siete años hasta
ahora, he adorado al Señor. Por lo tanto, no puedo traicionarlo ni hablar mal
de Él incluso si tengo que morir mil veces”. Bendito y alabado seas Señor Jesús. Te adoramos con todos los testigos
de tu amor.
Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?’ Jesús, con esta pregunta tan profunda y directa, nos busca como amigo, toca
nuestra interioridad, despierta el deseo de vida y de verdad que se esconde en
el corazón, sale al encuentro de la sed de alegría y de vida plena a la que
todo ser humano aspira. Orar es acoger esta pregunta y atrevernos a responder
con calma, de verdad. Cuando lo hacemos, iniciamos con Jesús un diálogo fascinante
de amor. ¿Qué te respondemos nosotros,
Jesús? ¿Estás en el centro de nuestra vida? ¿Estás vivo en nuestro corazón? ¿Quién
eres para nosotros?
Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo.’ Decir quién es Jesús es nuestro gozo como orantes. En el silencio salen del
corazón palabras que saben a verdad, que expresan lo más hondo que llevamos
dentro. La oración es una paciente espera hasta que el Espíritu dice Jesús en
nosotros y nos arrimamos a su amor. Lo más hermoso que puede decir el ser
humano es: Jesús, Señor, Amigo. ¡Qué misterio el de dejar que Jesús sea el
Señor! Cuando confesamos quién es Jesús, Jesús confiesa quiénes somos nosotros.
Cuando le decimos nuestra fe, Él nos muestra todo su amor, nos regala la
esperanza para el camino. “Tú eres miel
en la boca, melodía en el oído, júbilo en el corazón” (San Bernardo). Tú eres “la hermosura que excede a todas las
hermosuras” (Santa Teresa). Tú eres nuestra alegría. Tú. Siempre Tú. .
Dichoso tú,
Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso,
sino mi Padre que está en el cielo’. La confesión en Jesús no proviene de nuestras
fuerzas, es siempre regalo. La oración es un tiempo gratuito que le damos cada
día al Padre para que nos revele con más profundidad y belleza el misterio de
Jesús. Con María, permanecemos abiertos a la espera de la presencia de Jesús,
en silencioso deseo de comunión con Él, dispuestos a anunciarlo con las obras
de cada día. Cuando confesamos a Jesús, Jesús nos hace cimiento de vida nueva,
capaces de dar ternura a los más necesitados, pone en nuestra debilidad una
fuerza que asegura los pasos de los más débiles. La confesión nos regala la
fraternidad, en la que nunca se agota el amor de Jesús. Bendito seas, Padre, por enseñarnos el rostro de Jesús.
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