sábado, 22 de septiembre de 2012

PRIMAVERA, NUEVA VIDA. DOMINGO VIGÉSIMOQUINTO.

Llega una vez más la Primavera, la estación de la nueva vida, la belleza renovada, signo de eterna vida y eterna juventud y eterna belleza del Criador de todo.
La celebración eucarística en la mañana del día de la Primavera plenifica de sentido nuestra existencia por la Presencia viva y siempre renovada del Señor entre los suyos.
Todo invita a que cantemos el amor, la hermosura divina y humana.

Preside esta Eucaristía el P. Fabio Calizaya y concelebra el P. Paco.

Padre Nuestro, gracias por la vida que nos regalas a cada día, por tu Luz que nos envuelve y nos indica el rumbo de nuestro camino.

Padre Dios, nuestro corazón se abre hacia Ti. En tu amor fecundo y puro queremos renacer...


Dios de la Vida, haz que seamos libres y fuertes. que aún en medio de la aridez, de la oscuridad, de los espinos... seamos capaces de florecer y ofrecer hermosura y perfume a los demás.





Dios de amor, nadie hay tan grande y tan bello como Tú! 


Padre Dios, gracias por permitirnos colaborar en tu obra creadora.

Querido Dios, tu grandeza, tu amor... son ilimitados.











Para que la Primavera humana y espiritual sea una realidad en nuestro vivir necesitamos la fuerza de la Palabra de Dios.

Domingo vigésimo quinto del tiempo ordinario


Lectura orante del Evangelio: Marcos 9,30-37
Iba instruyendo a sus discípulos. La oración necesita verdad. De ahí la urgencia de una formación, que nos despoje de mentalidades falsas. La instrucción es vital para que la vida crezca y no se estanque. Si queremos orar y amar, hemos de alimentarnos con las grandes verdades de la fe, hemos de acoger la manera de pensar y de vivir de Jesús. El mejor maestro es Él; de su fuente salen las fuerzas para los cambios que piden los nuevos tiempos. Señor Jesús, instrúyeme para que camine en la verdad.
El Hijo del hombre va a ser entregado. Lo que dice y vive Jesús rompe nuestros esquemas. Jesús no tiene miedo a entregar la vida, no tiene miedo a la muerte, confía en el Padre. Orar es asomarse y entrar en el mundo interior y profético de Jesús. Junto a Él todo, también la cruz, se ve de modo diferente. Junto a Él, la vida entregada es fecunda y brota la alegría de compartir sus padecimientos. Ten paciencia conmigo, Jesús. Acompáñame hasta que te entienda la ciencia de la cruz.      
¿De qué discutíais por el camino? Como los discípulos, también nosotros nos movemos en estructuras de poder y de mando. A ver quién es el primero, el más grande, el más perfecto. Lo importante es triunfar en la vida y escalar puestos; no importa si, para ello, hay que dar codazos al vecino, al hermano o a la hermana. El amor queda fuera de este juego. Si queremos orar tenemos que dar un vuelco a este juego de intereses, necesitamos conversión. Jesús. Vengo cansado. Quiero tus criterios. Ayúdame.
Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. No podemos salir de la encrucijada sin intuiciones nuevas y cambios profundos. Jesús nos regala una perla preciosa: perderse a sí mismo para que ganen otros, servir para que otros recuperen la dignidad, agacharse para levantar a los que están caídos. Espíritu Santo, enséñame a entrar en la lógica de Jesús, que es la lógica del amor.
El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí. Jesús ensancha el corazón de los orantes para acoger a los pequeños y dé un vuelco la historia. Para esto, no bastan las palabras; las palabras sin pensamiento y sin determinada determinación a obrar no cambian las cosas. Cuando se continúa el obrar de Jesús, brota imparable la danza. Y la oración, lejos del rango, lleva a una experiencia de comunión y de servicio. Jesús, abre mi corazón para amar a los pequeñitos.

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