Lectura orante del Evangelio: Marcos 6,30-34
Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús. Escena
entrañable para la oración, personal o de grupo: volver de la vida para estar a
solas con Jesús, que siempre está a la espera de nuestra presencia; tener con
Él un encuentro sereno; contarle cómo nos ha ido por el camino; hacer de ello
un hábito diario. ¡Qué maravilla, tan alcance de nuestra mano! Las tareas no
han escondido nuestra sed de Jesús, la han despertado todavía más. Ahora solo importas, tú, Jesús.
Le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. ¡Qué profundo misterio! Jesús está con el oído
abierto para escuchar nuestra voz y contemplar nuestro rostro. Así engrandece
nuestra nada. ¡Cuánto le interesan nuestras cosas! Está enamorado de nosotros y
la dolencia de amor solo se cura con la presencia y la figura. Tratar de
amistad con Jesús, contarle la vida en confianza y verdad, mirarle y decirle
nuestro amor, eso es la oración. Jesús,
Tú siempre me esperas. ¿Qué te contaré hoy?
Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a
descansar un poco. No basta con lo que hemos hecho y lo que hemos
enseñado. No basta con transmitir la mirada de Dios sobre la humanidad. Nuestro
corazón necesita también ser mirado y amado. Jesús lo sabe y nos lleva a un
sitio tranquilo. Él es el sitio tranquilo. El verdadero descanso acontece en la
interioridad habitada. Él es el ameno huerto deseado, donde la vida se recrea y
se personaliza la experiencia. Él es la presencia que nos embellece y nos hace
ser. Te necesito, Jesús. ¡Qué suerte
poder estar contigo! Vámonos a ver en tu hermosura, entremos más adentro en la
espesura.
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