Lectura orante
del Evangelio: Lucas 24,13-35
A los que ve que se han de aprovechar de su
presencia, Él se les descubre; que, aunque no le vean con los ojos corporales,
muchos modos tiene de mostrarse al alma por grandes sentimientos interiores y
por diferentes vías” (Camino 34,10).
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo
día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús. Cansancio. Desilusión. Desaliento. ¿Quién
no lo ha sentido? Después de haber caminado un largo trecho con Jesús, parece
que sus huellas se borran de nuestra arena. La vida se nos presenta estéril, se
nos va sin sentido. El grupo, con el que seguíamos a Jesús, queda atrás, como
algo borroso. Se nos ha dañado por dentro la esperanza. La oración ya no es un
diálogo con el Amigo, rumiamos por dentro sombras de muerte. Ven, Señor Jesús.
Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona
se acercó y se puso a caminar con ellos. Jesús nos encuentra. Llega cuando ya no lo esperábamos.
Se acerca como un mendigo de nuestra amistad, nunca está lejos. Escucha, sin
prisa, nuestro sufrimiento. Se interesa por lo que nos pasa. Entra en nuestra
oscuridad y comienza a trabajar con nuestras pobrezas. Nos regala su luz y su
ternura, Gracias, Señor Jesús.
Y les explicó lo que se refería a Él en toda la
Escritura. Jesús nos
ofrece su tiempo para volver a conocerle, nos recuerda que la historia no se ha
escapado de las manos de Dios. La escucha de la Palabra aclara maneras oscuras
de pensar, vence resistencias al Espíritu, enardece el corazón. La vida de
Jesús entra por el corazón, se mete en nuestra historia. La alegría se abre
camino en la interioridad. Se despierta el amor. Bendito seas, Señor Jesús.
‘Quédate con nosotros porque atardece y el día va
de caída’. La fe revive
con la presencia de Jesús en medio de nosotros, comienza la oración: ‘Quédate’.
Con Jesús la noche cerrada se vuelve mediodía. ‘Quédate’. Se ha creado ambiente
y el Espíritu trabaja nuestra interioridad. ‘Quédate’. Estamos resucitando,
saboreando la vida nueva. Quédate con
nosotros, Señor Jesús.
A ellos se les abrieron los ojos y lo
reconocieron. A Jesús nada se le pone por delante:
parte el pan y lo reparte, muestra el amor loco que nos tiene. En la Eucaristía
descubrimos a Jesús que nos da vida, están los motivos profundos para orar y
adorar, para amar. ¡Ahí está el Señor! ¡Ahí está el Camino, la Verdad y la
Vida! Ya solo queda testimoniar el fuego que arde en los adentros. La vida nos
sabe a nueva. Podemos vivir de otra manera. Señor
Jesús, repártenos tu cuerpo.
Y contaron lo que les había pasado por el camino y
cómo lo habían reconocido al partir el pan. Es hora de testimoniar con libertad el fuego que
arde en los adentros. Volvemos a la comunidad, que está esperando que contemos
las cosas del Amigo, que intercambiemos unos con otros cómo lo hemos
reconocido, cómo ha vuelto la luz a nuestros ojos, cómo se nos ha reavivado la
esperanza. La casa se llena de perfume, los más necesitados se alegran al ser
alcanzados por el evangelio de la ternura. ¡Aleluya!
¡Alegría!
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