domingo, 13 de abril de 2014

Domingo de Ramos


Lectura orante del Evangelio: Mateo 26,14-27,66
“Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero” (Santa Teresa) 
Lo entregó para que lo crucificaran. El Amor es crucificado, pero el camino de las bienaventuranzas que Jesús abrió ya nadie lo podrá borrar de esta tierra tan amada por Dios. El Padre nos entrega en el Crucificado su bondad, su compasión y su ternura, para que nosotros dancemos con su música y continuemos el trabajo de nueva creación que Jesús trazó en su Evangelio. Los porqués más hondos del ser humano son curados por la Cruz, Las risas del mal y la injusticia, de la mentira al servicio de los poderosos y de toda violencia con los más débiles, son vencidos por la debilidad crucificada de Jesús. La Cruz es el nuevo rostro de Dios que nos desvela Jesús. Nosotros oramos mirándola con asombro, adorando al Salvador clavado en ella. Nos quedamos en silencio ante ti, Jesús. Te adoramos.   
Los que pasaban, lo injuriaban. Así se presenta el Amor: como lo más vulnerable, expuesto y tentado por la burla de quienes se ríen de su camino de bondad. ¿Cómo es posible burlarse del Amor inocente? ¿Cómo es posible que el regazo íntimo de tantas madres, espacio de ternura para cuidar la vida, se convierta en campo minado de muerte? ¿Cómo es posible la injuria o el silencio cómplice ante tanto desprecio a la vida de los débiles y a la creación, que nos arropa y alimenta? Jesús, ante la burla, calla, perdona. Su silencio expresa la dignidad de quien ha sido fiel, la confianza de quien se sabe sostenido por el Padre, la sabiduría de quien ha entendido la verdad de todo. Déjanos estar junto a ti, Jesús. Gloria a ti, Señor.     
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Cuando aparece la oscuridad, ¿dónde se esconde la luz? ¿Se puede hablar de Dios en medio de la noche? Sí, se puede orar y gritar. Sí, se puede entregar la vida como grano de trigo que muere para dar fruto. En la noche de Jesús aparece la debilidad y el sufrimiento del Dios que nos salva haciéndose tan pequeño. Jesús, tu abandono confiado es la gracia que nos libera, la belleza que nos quita el pecado.
Y Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. Después del grito, ya no quedan palabras, solo un silencio de fidelidad y confianza de Jesús en su Abbá. En el santuario de su cuerpo muerto solo habla el callado amor. Muerto en la cruz, Jesús sigue amando, sigue sembrando semillas de vida en la tierra muerta. El Espíritu mantiene vivo su recuerdo en nuestros corazones. Él nos hace amigos de Jesús. Jesús, tu cuerpo está desnudo, nos lo has dado todo.  
Realmente éste era Hijo de Dios. Un centurión romano levanta del polvo la esperanza caída y alerta al corazón para que esté a la espera de la Pascua. Un pagano es quien mejor entiende la inocencia y dignidad de Jesús. En el corazón crucificado de María ya se oye el rumor de la vida. Jesús está vivo. Su amor entregado nos descubre la más plena realización humana, nos permite seguir buscando alternativas de Evangelio para este mundo. Con Jesús, siempre hay esperanza. La última palabra la tienes tú, Jesús. Y es la tuya una palabra de risas y cantares.     

P. Pedro Tomas Navajas (OCD)

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