domingo, 23 de febrero de 2014

Domingo séptimo del tiempo ordinario


Lectura orante del Evangelio: Mateo 5,38-48


“No hay que espantar de cosa que se haga por amor de Dios” (Santa Teresa, Carta 61,1).   
No hagáis frente al que os agravia. Solo Jesús se atreve a hablar de esta manera tan audaz, tan profética, tan arriesgada, tan nueva. Y habla así porque lo vive: Jesús no lleva en su corazón a ningún enemigo. Sorprendente para nuestra mentalidad, también el que nos agravia entra en la partitura de nuestra vida y no la podemos cantar si lo echamos fuera o le hacemos frente. Nos resulta difícil aceptar y vivir esta propuesta de Jesús. Pero como no queremos renunciar a ser sus seguidores, sus compañeros y amigos, nos abrimos a esta novedad tan inaudita y dejamos que, como las del mar, toque, una y otra vez, nuestra orilla hasta que nos llegue al corazón. La palabra de Jesús es creadora, trae consigo la gracia. Espíritu Santo, abre nuestro corazón a esta utopía irrenunciable de Jesús.
Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Con estas palabras, Jesús nos regala la suprema novedad del Evangelio. Estas palabras producen escalofríos en nuestra mentalidad, suscitan muchos “peros” que nos invitan a cerrarles la puerta, pero vienen de quien quiere lo mejor para nosotros, son fuente de alegría, la expresión más lograda de nuestra verdadera identidad de seguidores de Jesús. Por eso, no queremos renunciar a amar como Jesús, a “poner amor donde no hay amor”. Hoy, al orar, nos damos tiempo para cruzar despacio este paisaje grandioso, nos damos tiempo para amar a corazón abierto, con la llama de amor que enciende el Espíritu en nuestra interioridad. Recordamos que “la oración no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho”. Ven, Espíritu Santo, quítanos los miedos a amar al enemigo, a hacer el bien a los que nos rechazan, a orar por los que nos calumnian.    
Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo. El Padre de Jesús y Padre nuestro es así. Lo da todo a todos. Ama a todos porque es bueno, compasivo y misericordioso. Ningún enemigo le tuerce el corazón, nada impide que su fuente cristalina siga manando vida. A nosotros, los hijos e hijas, nos toca salir al Padre, parecernos a Él. Nos lo dice Jesús, icono perfecto de la bondad inagotable del Padre. Cuando oramos, hacemos la experiencia del Padre, del Hijo y del Espíritu, entramos en su misterio de amor. La oración es un atrevimiento a ser lo que somos por gracia, es una experiencia de inmensa alegría. De la oración nace una novedad insospechada para la humanidad. Espíritu Santo, recuérdanos que somos hijos e hijas del Padre, llamados a danzar al aire de su música.  
Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Si hasta una gota de agua sucia puede reflejar la luz de la luna, ¿cómo no vamos a poder nosotros, hijos e hijas del Padre, ser reflejo de su bondad y amor sin límites? Jesús nos desafía a ver si nos atrevemos a orar y vivir de esta manera. Sin alejarnos de la fragilidad, conscientes de esa tendencia a ser lo que no somos, agradecidos por tan gran don, nos ponemos en camino. El Padre hace preciosa y única nuestra vida. Amar lo que nos propone es amarlo a Él. Lo hacemos agradecidos por esta posibilidad de ser cauces de vida nueva en el Espíritu, con la responsabilidad de traducir esto en nuevas formas de vivir. Padre, tú nos amas, tú eres fuente de vida. Gracias por tanto don.
P.Pedro Tomas Navajas. (OCD)


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