Lectura orante
del Evangelio: Mateo 3,13-17
“No
entendemos la gran dignidad de nuestra alma y cómo la apocamos con cosas tan
apocadas como son las de la tierra. Denos el Señor luz” (Santa
Teresa, Carta 24)
Fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a
Juan para que lo bautizara. En el Jordán se le cambió la vida a Jesús, encontró la plenitud del
Espíritu y comenzó a caminar de otra manera. El Jordán es la fiesta del
Espíritu, la posibilidad de nacer de nuevo. Cruzando las rutas que nos alejan
de la nada nos acercamos al Jordán para que Jesús nos bautice con su Espíritu y
nos toquen por dentro las realidades del Reino. El Espíritu actúa desde lo más
profundo de nosotros mismos; desde los adentros reanima nuestra llama de amor,
revitaliza nuestra escasa fuerza, recrea nuestra comunión con todos los pueblos
de la tierra, afianza nuestra esperanza. Oramos en el Espíritu. Él pone en
nosotros las palabras: Jesús, Abbá, pobres, hermano, hermana, amigos, humanidad
nueva. Jesús, renuévanos con tu aliento,
bautízanos con tu Espíritu, llénanos de ti el corazón, cúranos para poder
cambiar por dentro.
Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú
acudes a mí?’ Empujados
por el Espíritu, nos presentamos ante Jesús tal como somos. Nos sorprende que
podamos tener un encuentro con Él y de verle tan humano, tan igual a nosotros.
Todo nuestro bien está en su humanidad. Él es siempre compañía para nuestro
camino. “Si pierden la guía, que es el buen Jesús, no acertarán el camino”
(Santa Teresa). La oración es una experiencia de gozo al encontrarnos con
Jesús. Padre, muéstranos a Jesús,
llénanos el corazón de Él, cámbianos.
Apenas se bautizó Jesús… se abrió el cielo y vio
que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Nuestra identidad más profunda nos la da
el Espíritu; siempre llega desde adentro. La oración es apertura a la
interioridad, donde el Espíritu nos comunica el aliento vital de Dios, nos
llena de su amor y de su fuerza creadora, nos entrega como un don a la
humanidad. Al participar en el bautismo de Jesús se eleva nuestra dignidad
humana hasta límites sin límite. En la oración siempre ocurren cosas: Dios, que
nos vive por dentro, se asoma en nuestra humanidad. Espíritu Santo, pósate sobre nosotros/as. Úngenos.
Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto’. Dios irrumpe en la vida de Jesús. El Espíritu
y la voz del Padre sellan su identidad. Nosotros, al mirar a Jesús, encontramos
nuestra verdad más profunda: nos sostiene el regazo amoroso del Padre. En Jesús
superamos la ausencia de Dios y afrontamos la vida como un diálogo amoroso con
Quien sabemos nos ama. En Jesús descubrimos nuestra verdadera identidad: somos
hijos e hijas de Dios, amados y amadas hasta la locura, hermanos de los pobres
y los últimos. Jesús nos invita a vivir la misma experiencia de Dios que Él
tuvo y a dejar que se asome Aquel que llevamos grabado en la hondura. ¡Ya
podemos pasar por esta vida, como Él, haciendo el bien! La oración es vivir la
misma experiencia de Jesús. “No quiero ningún bien, sino adquirido por quien
nos vinieron todos los bienes. Sea para siempre alabado, amén” (Santa Teresa). Vivimos el bautismo como el más bello y
sublime de tus dones, hacemos presente tu misterio de amor en la historia de
cada día, emprendemos, junto a Jesús, caminos de evangelio, ponemos en el
centro a los que están en los márgenes, vivimos en comunión con la Iglesia.
¡Gloria a ti, Señor por los siglos!
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