domingo, 12 de enero de 2014

El Bautismo del Señor


Lectura orante del Evangelio: Mateo 3,13-17
“No entendemos la gran dignidad de nuestra alma y cómo la apocamos con cosas tan apocadas como son las de la tierra. Denos el Señor luz” (Santa Teresa, Carta 24)
Fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. En el Jordán se le cambió la vida a Jesús, encontró la plenitud del Espíritu y comenzó a caminar de otra manera. El Jordán es la fiesta del Espíritu, la posibilidad de nacer de nuevo. Cruzando las rutas que nos alejan de la nada nos acercamos al Jordán para que Jesús nos bautice con su Espíritu y nos toquen por dentro las realidades del Reino. El Espíritu actúa desde lo más profundo de nosotros mismos; desde los adentros reanima nuestra llama de amor, revitaliza nuestra escasa fuerza, recrea nuestra comunión con todos los pueblos de la tierra, afianza nuestra esperanza. Oramos en el Espíritu. Él pone en nosotros las palabras: Jesús, Abbá, pobres, hermano, hermana, amigos, humanidad nueva. Jesús, renuévanos con tu aliento, bautízanos con tu Espíritu, llénanos de ti el corazón, cúranos para poder cambiar por dentro.
Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?’ Empujados por el Espíritu, nos presentamos ante Jesús tal como somos. Nos sorprende que podamos tener un encuentro con Él y de verle tan humano, tan igual a nosotros. Todo nuestro bien está en su humanidad. Él es siempre compañía para nuestro camino. “Si pierden la guía, que es el buen Jesús, no acertarán el camino” (Santa Teresa). La oración es una experiencia de gozo al encontrarnos con Jesús. Padre, muéstranos a Jesús, llénanos el corazón de Él, cámbianos.
Apenas se bautizó Jesús… se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Nuestra identidad más profunda nos la da el Espíritu; siempre llega desde adentro. La oración es apertura a la interioridad, donde el Espíritu nos comunica el aliento vital de Dios, nos llena de su amor y de su fuerza creadora, nos entrega como un don a la humanidad. Al participar en el bautismo de Jesús se eleva nuestra dignidad humana hasta límites sin límite. En la oración siempre ocurren cosas: Dios, que nos vive por dentro, se asoma en nuestra humanidad. Espíritu Santo, pósate sobre nosotros/as. Úngenos.
Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto’. Dios irrumpe en la vida de Jesús. El Espíritu y la voz del Padre sellan su identidad. Nosotros, al mirar a Jesús, encontramos nuestra verdad más profunda: nos sostiene el regazo amoroso del Padre. En Jesús superamos la ausencia de Dios y afrontamos la vida como un diálogo amoroso con Quien sabemos nos ama. En Jesús descubrimos nuestra verdadera identidad: somos hijos e hijas de Dios, amados y amadas hasta la locura, hermanos de los pobres y los últimos. Jesús nos invita a vivir la misma experiencia de Dios que Él tuvo y a dejar que se asome Aquel que llevamos grabado en la hondura. ¡Ya podemos pasar por esta vida, como Él, haciendo el bien! La oración es vivir la misma experiencia de Jesús. “No quiero ningún bien, sino adquirido por quien nos vinieron todos los bienes. Sea para siempre alabado, amén” (Santa Teresa). Vivimos el bautismo como el más bello y sublime de tus dones, hacemos presente tu misterio de amor en la historia de cada día, emprendemos, junto a Jesús, caminos de evangelio, ponemos en el centro a los que están en los márgenes, vivimos en comunión con la Iglesia. ¡Gloria a ti, Señor por los siglos!


 P.  Pedro Tomas Navajas (OCD).

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