Lectura orante del
Evangelio: Lucas 10,38-42
“Las palabras que le
dijo Su Majestad hicieron efecto de obra, que fue que mirase por sus cosas, que
él miraría por las suyas. Ya no es ni querría ser en nada nada” (7M 3,2).
Entró Jesús en una aldea
y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Orar es acoger a Jesús
en la propia casa, en un espacio de libertad donde se respira el aire del
Espíritu. Con Jesús, todo se puede ver de otra manera. Más allá de esquemas
caducados, en el Reino de Jesús se estrenan dignidades, escondidas por
intereses contrarios al proyecto de Dios. También las mujeres -y todos los que
están en las periferias, los más nada-, son protagonistas de una historia de
seguimiento y de amor, interlocutoras válidas del mensaje de Jesús, discípulas
y misioneras. Las palabras subversivas de Jesús valen para hoy. Jesús, entra en mi vida. Eres mi riqueza.
Tenía una hermana
llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. El Reino de Jesús, la
oración, es para gente atrevida, exploradora de campos inexplorados. Una mujer
se juega mucho al querer ser discípula de Jesús; ante la mirada de Jesús, todo
se le hace poco. Una mujer pretende entender al que es la Palabra y dejarse
enamorar por los delicados acentos de la palabra, siempre nueva, del Amado. Una
mujer escucha sin nada, en total transparencia, en la pobreza del callado amor,
fascinada por Jesús, y Jesús la libera mostrándose como la única riqueza
necesaria. Hay en ella disfrute, profundidad, dulzura, dignidad, fascinación.
Ha encontrado al Amor de su alma y no está dispuesta a soltarlo. ‘Gocé monos,
Amado, y vayámonos a ver en tu hermosura… do mana el agua pura. Entremos más
adentro en la espesura’. Me pongo a
escuchar tu palabra. Sé que todo parte de aquí.
‘Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya
dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano’. La libertad de la mujer
que se ha atrevido con novedades insólitas (ser discípula, ejercer ministerios
en las comunidades, ser testigo…)
molesta. Molesta a otra mujer, que se queja a Jesús porque su hermana no
está en el sitio que le corresponde. Pero Jesús es mal interlocutor en esta
causa; es Él mismo quien dibuja una dignidad en las entrañas de la mujer, que
nadie deberá arrebatar. El servicio es importante, pero no lo es todo. Tu palabra, Jesús, da fecundidad a mi vida.
‘Marta, Marta: andas
inquieta y nerviosa con tantas cosas: solo una es necesaria. María ha escogido
la parte mejor, y no se la quitarán’. Escuchar a Jesús es la actitud
más importante para los discípulos y discípulas. Solo quien escucha, puede
después anunciar la Palabra en la misión. Los testigos se forjan en la escucha
prolongada. La agitación distorsiona todo. La contemplación es el corazón del
compromiso. En el Reino no tiene cabida ninguna marginación. Es hora de
armonizar sin miedo la novedad de Jesús: buscador de la Palabra en las
madrugadas y servidor hasta la muerte al caer la tarde. Gracias, Jesús. Te alabo y te bendigo con todo mi ser.
P. Pedro Tomas Navajas, (OCD)
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