Lectura orante del Evangelio: Juan 19,20-23
“El amor jamás está ocioso… Puestos los ojos en la
grandeza (del Espíritu Santo), corramos encendidas en su amor” (5Moradas 4,10).
‘Estaban los discípulos en una casa, con las
puertas cerradas por miedo a los judíos’. Tenemos miedo, nuestra vida está encerrada,
apagado el fuego. ¡Ven, Espíritu Santo! Tú alientas lo que parece imposible,
levantas la vida cansada, reavivas el fuego del amor. Tu palabra creadora ¡cuán
delicadamente nos enamora! En nuestra oscuridad, donde secretamente moras, nos
llamas a la fe y a la esperanza. ¡Ven,
Espíritu Santo!
Entró Jesús, se puso en medio y les dijo: ‘Paz’. Estamos solos y tú, Espíritu Santo,
orientas nuestra mirada hacia Jesús, que pone en medio de nosotros su gratuidad
amorosa. Somos distintos y, a menudo distantes, pero tú haces que nos abrace a
todos la paz de Jesús y surja, bella, la Iglesia. Estamos decaídos y tú,
Espíritu Santo, nos levantas, nos sacas fuera, a la calle, y nos empujas con tu
viento para crear humanidad. En nuestras mentiras, tú nos regalas gestos
sencillos y palabras de verdad. Cuando todo parece perdido, tú abres caminos de
esperanza. ¡Ven, Espíritu Santo!
‘Como el Padre me ha enviado, así también os envío
yo’. Llevamos la cobardía
metida en el cuerpo, nos da vergüenza hablar de Dios y de su grandeza. Pero
vienes tú, Espíritu Santo, y pones en nuestros labios el nombre de Jesús. Eres
esa fuerza íntima en lo más hondo de nuestro ser que nos abre, como testigos, a
todos los pueblos. Nos haces ver paisajes que todavía no existen. De ti se
alimenta todo envío misionero, nos haces “experimentar la dulce y confortadora
alegría de evangelizar” (Papa Francisco). Tú eres, en nosotros, la música que
ansía oír la humanidad para vivir la libertad de los hijos e hijas de Dios.
Eres el no va más. ¡Ven, Espíritu Santo!
‘Recibid el Espíritu Santo’. Con toda la Iglesia, te recibimos a ti,
Espíritu Santo, nuestro don por excelencia, nuestra alegría. Tú haces posible
en nosotros la nueva creación. Con tu fuego de amor en las entrañas nos
conviertes en seres vivos, que alaban y de todo sacan bendición para bendecir.
Las diferencias que tú has suscitado con tus dones ya no nos molestan, son
nuestra gloria; nos alegramos con todos los pueblos de la tierra; intercambiamos
entre todos tus mensajes de alegría. Te queremos, te damos gracias, te
escuchamos, te seguimos. ¡Ven, Espíritu
Santo!
A quienes les perdonéis los pecados, les quedan
perdonados. Muchas veces
hemos querido ser al margen de Dios, hemos pretendido tener vida sin su vida,
cantar sin escuchar sus canciones de amor. Tú, Espíritu Santo, nos regalas el
perdón y acaricias nuestras heridas con tu dulzura. Eres fuego que quema,
viento que juega en nuestra espalda, invitándonos a entrar en el proyecto de Dios,
que es el de todos. Todo mal, de cualquiera, nos afecta. Nos enseñas las mil
lenguas de todos los necesitados de la tierra, porque tu imaginación para el
bien nunca se agota. ¡Ven, Espíritu
Santo!
¡FELIZ FIESTA DE
PENTECOSTÉS!
P. Pedro Tomas Navajas, (OCD)
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