sábado, 8 de diciembre de 2012

Domingo segundo de Adviento Lectura orante del Evangelio: Lucas 3,1-6




“Amar una bondad tan buena y una misericordia tan si tasa” (1Moradas 1,3). 




En el año quince del reinado del emperador Tiberio… vino la Palabra de Dios sobre Juan, hizo de Zacarías, en el desierto. La Palabra no está encadenada a lugares importantes, ni a status de poder, ni a personas señaladas; se hace presente a un solitario en el desierto. La Palabra creadora se mueve con libertad, va a donde quiere, llama a quien quiere. La Palabra de Dios se hace humana en cada momento de la historia; entrando en hombres y mujeres, hace de ellos amigos de Dios y profetas, capaces de leer los signos de los tiempos, de contar la historia de otra manera y de transmitir la justicia de Dios a los necesitados de ella. Todas las Palabras de Dios miran a Jesús, la Palabra definitiva, en la que el Padre nos dice todo su amor. No hay Jesús sin rostro, credo sin corazón, evangelio sin humanidad. La oración es la fiesta de la Palabra en la interioridad. Jesús, Palabra única para mi vida, en ti pongo mis ojos.

Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión. Dios, que anda en amor, viene, siempre está viniendo; es incansable en su deseo de comunicarse con nosotros. Su Palabra, en boca de los profetas y, sobre todo, en boca de Jesús, es misionera, recorre todos los lugares de la tierra dando luz, está cerca de los dolores y gozos de las gentes, acompaña el peregrinar del pueblo, siempre está sembrándose en nuestro campo. La Palabra, siempre nueva, invita a un cambio de vida en los que la reciben. Al orar, abrimos la puerta a Jesús, Palabra del Padre que trae salvación. Tu Palabra me da vida, perdona mis pecados, cura todas mis heridas.  

‘Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos’. Quienes, como Juan, llevan dentro la Palabra, la anuncian con la vida, llaman a las puertas invitando a la esperanza. No pueden ocultar la novedad inaudita que visita a los pueblos. Preparan caminos. Gritan para que se abajen las cumbres de la soberbia insolidaria y se levanten la dignidad y belleza, tan pisoteadas, de los pobres. Unos reconocen la Palabra y la reciben con alegría, otros creen que no la necesitan y la rechazan, matando a los mensajeros. Ante la Palabra queda clara la actitud de los corazones. Quiero recibir tu Palabra, Señor. Quiero recibirte a Ti. Ven, Señor, Jesús.

 Y todos verán la salvación de Dios. Dios es fiel a sus promesas, nunca rompe con nosotros. Los profetas han preparado caminos; han sido candelas encendidas en la noche. Pero cuando llega Jesús, Palabra de amor y de vida para todos, comienza algo totalmente nuevo, ya no es necesaria la luz de las lámparas; Él ilumina a todos con su luz, alegra a todos con su salvación. En Jesús, todos verán, todos experimentarán la salvación. Jesús, que te vean mis ojos, que los ojos de todos te vean y se alegren.

P. Pedro Tomas Navajas, OCD. 

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