“Amar una
bondad tan buena y una misericordia tan si tasa” (1Moradas 1,3).
En el año
quince del reinado del emperador Tiberio… vino la Palabra de Dios sobre Juan,
hizo de Zacarías, en el desierto. La Palabra no está encadenada a
lugares importantes, ni a status de poder, ni a personas señaladas; se hace
presente a un solitario en el desierto. La Palabra creadora se mueve con
libertad, va a donde quiere, llama a quien quiere. La Palabra de Dios se hace
humana en cada momento de la historia; entrando en hombres y mujeres, hace de
ellos amigos de Dios y profetas, capaces de leer los signos de los tiempos, de
contar la historia de otra manera y de transmitir la justicia de Dios a los
necesitados de ella. Todas las Palabras de Dios miran a Jesús, la Palabra
definitiva, en la que el Padre nos dice todo su amor. No hay Jesús sin rostro,
credo sin corazón, evangelio sin humanidad. La oración es la fiesta de la
Palabra en la interioridad. Jesús,
Palabra única para mi vida, en ti pongo mis ojos.
Y recorrió
toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión. Dios,
que anda en amor, viene, siempre está viniendo; es incansable en su deseo de
comunicarse con nosotros. Su Palabra, en boca de los profetas y, sobre todo, en
boca de Jesús, es misionera, recorre todos los lugares de la tierra dando luz,
está cerca de los dolores y gozos de las gentes, acompaña el peregrinar del
pueblo, siempre está sembrándose en nuestro campo. La Palabra, siempre nueva,
invita a un cambio de vida en los que la reciben. Al orar, abrimos la puerta a
Jesús, Palabra del Padre que trae salvación. Tu Palabra me da vida, perdona mis pecados, cura todas mis heridas.
‘Preparad el
camino del Señor, allanad sus senderos’. Quienes,
como Juan, llevan dentro la Palabra, la anuncian con la vida, llaman a las
puertas invitando a la esperanza. No pueden ocultar la novedad inaudita que
visita a los pueblos. Preparan caminos. Gritan para que se abajen las cumbres
de la soberbia insolidaria y se levanten la dignidad y belleza, tan pisoteadas,
de los pobres. Unos reconocen la Palabra y la reciben con alegría, otros creen
que no la necesitan y la rechazan, matando a los mensajeros. Ante la Palabra
queda clara la actitud de los corazones. Quiero
recibir tu Palabra, Señor. Quiero recibirte a Ti. Ven, Señor, Jesús.
P. Pedro Tomas Navajas, OCD.


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