Domingo trigésimo del tiempo ordinario
Lectura orante del Evangelio: Marcos 10,46-52
“A
mi parecer jamás nos acabamos de conocer si no procuramos conocer a Dios;
mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza; y mirando su limpieza, veremos
nuestra suciedad, considerando su humildad, veremos cuán lejos estamos de ser
humildes” (I Moradas 2,9).
El ciego Bartimeo… empezó a gritar: ‘Hijo de David,
ten compasión de mí’. Jesús va de camino con la lámpara encendida, lleva
la buena noticia en el corazón y en los labios, busca el encuentro. Un ser
humano, en los márgenes del mundo, incapaz de caminar, ignorado y silenciado,
necesitado de salvación, grita, quiere calor humano, busca a Jesús. Entre ellos
va a haber encuentro, porque encuentra a Jesús quien lo necesita. La oración,
más allá de práctica de apariencia, es el grito que provoca, al paso de Jesús,
una herida de amor. Jesús, ten compasión
de mí.
Jesús se detuvo y dijo: ‘Llamadlo’. Muchos
quieren acallar el grito, Jesús lo escucha y se detiene, apuesta por el hombre
aun cuando en éste no haya casi nada. Muchos son puerta cerrada ante el dolor
de los otros, Jesús es puerta abierta a la esperanza. Jesús llama a todos, pero
solo oyen su voz los que sienten y les duele su nada. Lo conocido de siempre,
lo que no da vida, es el rechazo; lo nuevo es el acercamiento compasivo a la
persona herida. ¿Qué es una oración que no lleva dentro entrañas de compasión?
Nada y menos que nada. Llámame otra vez,
Jesús. Te necesito.
‘¿Qué quieres que haga por ti?’ Esto
es lo que motiva el grito de la fe: que Jesús es mucho mejor de lo que
pensamos, y que toda persona, vista con los ojos de Jesús, es mucho mejor de lo
que pensamos. Jesús ofrece posibilidades inauditas; creer en su poder de obrar
en nosotros maravillas no es negociable. Orar es decirle a Jesús, que nos ama
más de lo que podemos imaginar, lo que queremos que haga por nosotros. Si no le
necesitamos, Él pasa de largo. Creo que
me quieres, Señor Jesús.
‘Maestro, que pueda ver’. Expresión
llena de esperanza y de confianza en Jesús, que ha venido para que los ciegos
vean y los que ven se queden ciegos. Jesús es realizador de los deseos
imposibles, trabaja por una humanidad hecha a imagen de Dios. Gracias a Jesús, nuestra interioridad queda
iluminada y la alegría de ver es la alegría de creer. Todo un desafío para
nuestra oración: poder ver la vida con los ojos de Jesús o preferir otros ojos,
dejarnos iluminar por Él o seguir otras luces. Gracias a la fe reconocemos a
los que necesitan nuestro amor. Creo en
ti, Jesús, vida verdadera.
‘Anda, tu fe te ha curado’. Y al momento recobró la
vista y lo seguía por el camino. Jesús es fuente de salud para
andar el camino con alegría y testimoniar con fuerza la verdad. Lo mejor de los
que han sido curados es su fe en Jesús, que les convierte en pregoneros de
salvación y les hace entrar en la comunión con los demás para construir una
historia donde los orillados tengan sitio. Creo
en ti, Jesús. Te sigo.
P. Pedro Nabajas, OCD
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