lunes, 17 de septiembre de 2012

DOMINGO VIGÉSIMO CUARTO DEL TIEMPO ORDINARIO

Lectura orante del Evangelio: Marcos 8,27-35


Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Ya no se trata solo de saber lo que dice la gente acerca de Jesús; una pregunta, muy directa y personal, nos sale al paso a los que seguimos a Jesús y nos urge a decir lo que es Él. Para responder no bastan las palabras ni los pensamientos; es necesario convocar a nuestra vida, para que sea ella quien hable y diga, en el Espíritu de la verdad, lo que lleva de Jesús en sus entrañas; la palabra sin los hechos es mentira. Así, acercándonos a nosotros con calma para descubrir quién nos vive, comienza la oración. ¿Quién eres, en mí y para mí, Jesús?
Tú eres el Mesías. No siempre la respuesta es acertada. Si lo que pensamos de Jesús está lejos de su manera de pensar y de vivir, ¿de qué sirven las palabras por muy bellas que éstas sean? Si decimos que es Amado y no le amamos, si decimos que es Señor y no está en el centro de nuestra vida, entonces tenemos que iniciar un camino de coherencia partiendo de la verdad, aunque ésta sea muy pobre. Solo en el encuentro personal con Jesús, en fidelidad al evangelio, descubrimos quién es Él y quiénes somos nosotros. Orar en la verdad es ir más allá de un espiritualismo desencarnado, más allá de la rutina y la superficialidad, para llegar, como pobres, al terreno del Espíritu. Ven Espíritu Santo y dime quién es Jesús.
El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días. Cuando nos hacemos un Jesús a nuestra imagen y semejanza, a la revelación de lo que Él es le sigue nuestra rebelión; Jesús no es lo que esperábamos. Nuestra mentalidad no puede con su claridad; no entendemos su manera de abrir caminos. Su cruz nos desconcierta, pone en crisis nuestra obsesión por triunfar. Disyuntiva: pensar como los hombres o pensar como Dios. La oración es la oportunidad de mirar a Jesús de cerca y de estrenar, mirándole en la cruz, una nueva fe en Él. ¿Cómo será mi vida si me atrevo a pensar y vivir como Tú, Jesús?

El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Jesús reacciona con violencia cuando queremos salvar nuestro modelo de vida, utilizándole a Él como fachada. Jesús no obliga, invita. Nos presenta un camino pobre y crucificado, su propio camino, como paso hacia la vida. ¿Escándalo? ¿Necedad? Puede que sí. ¿Sabiduría? ¿Amor loco de Dios? Sin duda. En juego está perder o ganar nuestra vida, ser o no discípulos y misioneros de Jesús. Salvar la vida es hacerla más feliz, más entregada, más cercana a todos los que sufren, más de Jesús. La cruz de cada día, la cruz por andar el camino poniendo los pies en las pisadas de Jesús, es el signo lleno de luz y de gozo del cristiano. Cuando tú, Señor, me abres los ojos, yo no quiero echarme para atrás. Aquí me tienes.

P. Pedro Navajas ocd

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