Lectura orante del Evangelio: Lucas 5,21-43
Se acercó un jefe de la sinagoga… y al verlo se
echó a sus pies, rogándole con insistencia. El amor
enseña caminos nuevos: un jefe se echa a los pies de Jesús, no sufre la espera,
la adelanta con su fe. La oración, con el corazón inquieto, ronda a Jesús; está
en juego la vida herida. Jesús ve este deseo hondo, verdadero. Se atisba el
encuentro. Ven, Espíritu, ábreme el
corazón para que pueda percibir el paso de Jesús.
Mi niña está en las últimas; ven, por las manos
sobre ella, para que se cure y viva. Esta oración es un grito,
busca un contacto sanador con Jesús. No hay tiempo que perder. La vida está en
peligro. ¡Que hablen las manos! ¡Que toquen, con poder y ternura, la muerte y
llenen sus socavones con vida! Ven,
Jesús, toca mi vida muerta.
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente. Jesús,
el compasivo, se pone en camino. El camino con Jesús, llevándole en la memoria
y en los pies, es necesario para aprender a creer. La fe prepara el corazón
para recibir la vida de quien es tan amigo de dar. Jesús, enséñame en el camino a tenerte a Ti como única respuesta de la
vida y de la muerte.
‘Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al
maestro? La oración se alimenta de la fe, y la fe pide
contenido porque los ruidos son un estruendo y los vientos muy contrarios.
Jesús pide confianza. La muerte es una puerta a la vida. No todo se agota en el
aquí y ahora. Jesús, acalla mis ruidos,
para oír en el silencio tu música callada.
Jesús entró donde estaba la niña, la tomó de la
mano, y le dijo: ‘Talitha qumi’. Jesús quita piedras para que
la vida, tan aplastada, se levante y vaya a la orilla de Dios, donde está eso
que ni el ojo vio ni el oído oyó pero que Dios ha preparado para los que tienen
amor a su venida. Jesús, levanta mi vida,
para que mis raíces vuelen al aire de tu vuelo. A ti la gloria por los siglos. Amén
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar. El fruto del encuentro con Jesús: cantar y caminar
con la vida levantada, esperando contra todo desespero, sin miedo a la muerte.
Quien así vive es signo del compromiso de Dios con la realidad humana, es
testigo de la belleza de Dios y de la completa felicidad que nos espera. Jesús, tú eres mi mayor motivo para amanecer
cada día y trabajar por el Reino.
P. Pedro Navajas ocd

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