martes, 24 de enero de 2012

JESÚS LLAMA A SU SEGUIMIENTO

Al inicio del año litúrgico, los tres primeros domingos escuchamos en la liturgia dominical relatos evangélicos de llamadas de Jesús a personas que Él escoge y llama para seguirlo y para una misión.
¿Dónde los llama Jesús? ¿Cómo los llama? ¿Para qué los llama?

Ellos son llamados en el lago de Galilea. Para todo hombre de esa región, ese lugar era un espacio cotidiano. Muchos galileos recorrían el lago con sus embarcaciones pequeñas buscando el sustento diario. El Señor al pasar por el Mar de Galilea,  ve a unos pescadores que están  trabajando y se dirige a ellos  en un tono imperioso. La llamada de Jesús los alcanza en su trabajo diario, ocupados en las tareas cotidianas, “lavando las redes”. Se desprende claramente de esta escena, y otras, que Jesús se acerca al hombre  en las situaciones de la vida diaria.

El seguimiento de Jesús lleva a estos pescadores a una nueva vocación que les será presentada mediante una alusión a su antiguo trabajo.”¡Feliz cambio de pesca!: Jesús les pesca a ellos, para que a su vez ellos pesquen a otros pescadores”.

La vocación es igual que una semilla sembrada por el mismo Dios en el corazón humano. A "su hora", a la llamada divina de Jesucristo ésta semilla germina, nace, crece...


Jesús toma la iniciativa “acercándose” a los pescadores, que se encuentran en sus barcas,a Mateo, cobrador de impuestos,  y les hace una invitación. Él se muestra cercano. La llamada que nace de su Corazón misericordioso y compasivo, alcanza el corazón del hombre enfermo por el pecado que necesita ser sanado.

La persona que acepta la invitación de Jesús entra en intimidad
 y comunión con Él.
En el  seguimiento de Cristo hay un misterio de intimidad.  La Sagrada Escritura nos enseña que es necesario “estar con Él”, o como lo expresa el vocabulario joánico “permanecer” en Él. La mirada del discípulo descansa sobre el maestro, su gozo es compartir la vida con Él yendo a “zaga de su huella”.





¿ Ellos, se habían preparado para este encuentro? Ciertamente que no, de todas formas no son las cualidades personales de los llamados, las que mueven la elección del Señor, lo central es lo que Él pondrá en ellos. La elección depende de lo que Cristo aporta, no de cualidades que posean los llamados. Un traidor, un indeciso oscilante entre respuestas valientes y negaciones cobardes, en fin, un grupo no muy sobresaliente ni brillante, conforman un ramillete de datos que muestran a las claras cómo el valor principal es la persona aglutinante de Cristo, no sus capacidades humanas o el coraje apasionado de los convocados. 

Hoy también, Jesús pasa en medio de nuestras tareas cotidianas. Él está presente en medio de nosotros, como nos lo prometió, “yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Sus huellas están presentes en nuestra historia personal y social, camina cerca de nuestros conflictos, se acerca silenciosamente para acompañarnos y fortalecernos en nuestro camino. Muchos católicos damos testimonio del “paso del Señor”. Su acción no se puede reducir a un esquema o plan determinado, ella es siempre “nueva”, fruto de su amor de buen Pastor.


Ante la voz del Señor que pasa y nos llama, no permanezcamos indiferentes,  su paso es lo más importante que ocurre en nuestra vida. Si estamos destinados a ser sus sarmientos, debemos saber, que solamente podremos dar fruto si “permanecemos en Él”.
Lo primero que debemos hacer es dejarnos amar por el Señor. No debemos poner resistencias. Debemos dejar que entre en nuestra vida, casa, trabajo y  estudio, su presencia iluminará todo de manera totalmente nueva.

La llamada de Jesús cuando es correspondida trae alegría y paz, felicidad y libertad.

Cada seguidor y seguidora de Jesús tiene la misión de hacer florecer nuevos llamados, discípulos misioneros de Jesucristo.



El testimonio de entrega feliz, total y decidida es fuente de nuevas vocaciones al servicio del Reino de los cielos.

La belleza de ser de Dios es inefable, única...


Amigas, amigos, florezcan donde Dios les llama a florecer, perfumar los caminos de muchos corazones humanos que nunca han experimentado el gusto de Dios.

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