sábado, 17 de diciembre de 2011

ADVIENTO, CUARTO DOMINGO

Si quisiéramos exponer en una palabra la síntesis de la liturgia de la Palabra de este cuarto domingo de adviento podríamos decir: "Emmanuel: que significa Dios con nosotros". Este domingo es una especie de vigilia litúrgica de la Navidad. En él se anuncia la llegada inminente del Hijo de Dios.
Este cuarto domingo del tiempo sagrado de Adviento es una cordial invitación para renovar los lazos de amor y de amistad con Dios Nuestro Señor. "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a Su Hijo como propiciación por nuestro pecados" (1 Jn 4, 10). Al contemplar cómo Dios nos ama y nos busca y nos envía a su Hijo, debería nacer en nuestro corazón un sentimiento de gratitud y confianza. El Señor nos ama con un amor indefectible.


 El presente domingo nos pone ya en la antesala del misterio del nacimiento del Salvador. Así, las figuras de Jesús y de la Virgen María orientan toda nuestra liturgia para celebrar el gran acontecimiento del nacimiento del Hijo de Dios, acontecimiento que esperamos en vigilante expectativa.
Encendemos, Señor, esta cuarta luz, redoblando nuestro deseo de llegar,  limpios e irreprochables, a tu gran Día sin ocaso. Oh Dios, restáuranos; 
 que brille tu rostro y nos salve.  
Te necesitamos, Cristo,  a Ti,  Luz Viva y Verdadera, para   aclarar e iluminar los  caminos  que nos conducen a Ti,  Camino de los caminos humanos.
 Enciéndenos tú, Señor, nuestras lámparas que te esperan, cargadas del aceite de nuestras  mejores obras. Que Te alumbremos, como María, Aurora del Sol naciente, en nuestras palabras y obras para luz del mundo y de los hermanos. 
 ¡Marana tha, ven, Señor, Jesús!

"Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia.
 Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida".
"Da pronto tu respuesta. Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna.
Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento". (S. Bernardo)


Aquí está -dice la Virgen- la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

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