sábado, 29 de noviembre de 2014

Domingo primero de Adviento


Lectura orante del Evangelio en clave teresiana: Marcos 13,33-37
“Todo lo que tiene fin, aunque dure, se acaba…Abrid por amor de Dios los ojos” (Fundaciones 10,9.11).
Vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Dios es el que nos espera. Tiene tiempo y promesas para nosotros. Su amor es más fuerte que nuestros agobios y preocupaciones, su presencia se muestra fiel en nuestras ausencias y olvidos. Esta es la experiencia esperanzada que canta Teresa de Jesús: “Sea bendito por siempre, que tanto me esperó” (V pról 2). Saber que Dios nos espera, nos abre los ojos para vivir alerta y perseverar confiados: “Oh cristianos! Despertemos ya, por amor del Señor de este sueño” (Cp 4,8). Saber que Dios viene a nosotros, reaviva nuestro deseo de ir a su encuentro. El Espíritu nos enseña a vivir en esperanza de Dios. “Alma mía, espera” (E 15,3).
Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa… encargando al potero que velara. Velar es cuidar la casa y nada la cuida mejor que la oración interior, la atención amorosa a quien vive en nosotros. Su presencia en nosotros es el mayor don. “Si no conocemos que recibimos, no despertamos a amar” (V 10,4). Pero como nuestra condición es olvidadiza y nos perdemos en tantas cosas que nos quitan la vida, necesitamos juntarnos con amigos verdaderos, los que alientan nuestra esperanza y nos despiertan a amar. “Aláboos muy mucho, porque despertáis a tantos que nos despierten” (V 13,21). “Pues velad, velad, no os roben lo que tenéis… Pues habiendo así velado, con el Esposo entraréis” (P 25).
Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa. Nuestra interioridad es la casa de Dios. Para Él hemos nacido, -“tan alta vida espero”-. ¿Cómo viviremos conscientes de este don? ¿Cómo caminaremos alerta en la fe y alegres en la esperanza? “Pues, buen Maestro nuestro, dadnos algún remedio cómo vivir sin mucho sobresalto en guerra tan peligrosa” (C 40,1). El castillo fuerte, que encuentra Teresa de Jesús, es el amor, el amarnos unos a otros. La vigilancia no tiene que ver con el encogimiento, sino con la libertad para amar. “Quienes de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden; no aman sino verdades y cosa que sea digna de amar“(C 40,3).
¡Velad! Otra manera de velar es cultivar el don del temor. “El Espíritu Santo le dé su santo temor, amén” (Ct 17,1). El temor nada tiene que ver con el miedo ni con los falsos temores que encogen el alma y la incapacitan para todo lo bueno. ”Procurad caminar con amor y temor” (CE 69,1), dice Teresa de Jesús. “El amor nos hará apresurar los pasos; el temor nos hará ir mirando adónde ponemos los pies para no caer por camino adonde hay tanto que tropezar” (C 40,1). El temor de Dios es valentía. “Importa mucho y el todo una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar” (C 21,2). Adviento es “atención a lo interior”, tiempo para cuidar la vida como espacio donde Dios se hace carne, casa de compasión y de ternura. Adviento es caer en la cuenta de que ”este Señor mío jamás se descuida de mí” (V 49,19). “Pensar la gloria que esperamos, muévenos a gozo” (V 12,1).

                                                                 
P. Pedro Tomas Navajas (OCD)

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