Lectura orante del Evangelio en clave teresiana:
Marcos 13,33-37
“Todo lo que
tiene fin, aunque dure, se acaba…Abrid por amor de Dios los ojos” (Fundaciones
10,9.11).
Vigilad: pues
no sabéis cuándo es el momento. Dios es el que nos espera. Tiene tiempo y promesas para nosotros. Su amor
es más fuerte que nuestros agobios y preocupaciones, su presencia se muestra
fiel en nuestras ausencias y olvidos. Esta es la experiencia esperanzada que
canta Teresa de Jesús: “Sea bendito por siempre, que tanto me esperó” (V pról
2). Saber que Dios nos espera, nos abre los ojos para vivir alerta y perseverar
confiados: “Oh cristianos! Despertemos ya, por amor del Señor de este sueño”
(Cp 4,8). Saber que Dios viene a nosotros, reaviva nuestro deseo de ir a su
encuentro. El Espíritu nos enseña a vivir en esperanza de Dios. “Alma mía, espera” (E 15,3).
Es igual que
un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa… encargando al potero que velara.
Velar
es cuidar la casa y nada la cuida mejor que la oración interior, la atención
amorosa a quien vive en nosotros. Su presencia en nosotros es el mayor don. “Si
no conocemos que recibimos, no despertamos a amar” (V 10,4). Pero como nuestra
condición es olvidadiza y nos perdemos en tantas cosas que nos quitan la vida,
necesitamos juntarnos con amigos verdaderos, los que alientan nuestra esperanza
y nos despiertan a amar. “Aláboos muy mucho, porque despertáis a tantos que nos
despierten” (V 13,21). “Pues velad, velad, no os roben lo que tenéis…
Pues habiendo así velado, con el Esposo entraréis” (P 25).
Velad, pues no
sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa. Nuestra interioridad es
la casa de Dios. Para Él hemos nacido, -“tan alta vida espero”-. ¿Cómo
viviremos conscientes de este don? ¿Cómo caminaremos alerta en la fe y alegres
en la esperanza? “Pues, buen
Maestro nuestro, dadnos algún remedio cómo vivir sin mucho sobresalto en guerra
tan peligrosa” (C 40,1). El castillo fuerte, que encuentra Teresa de Jesús, es
el amor, el amarnos unos a otros. La vigilancia no tiene que ver con el
encogimiento, sino con la libertad para amar. “Quienes de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno
quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con los buenos se juntan
siempre y los favorecen y defienden; no aman sino verdades y cosa que sea digna
de amar“(C 40,3).
¡Velad! Otra manera de velar es cultivar el don
del temor. “El Espíritu Santo le dé su santo temor, amén” (Ct 17,1). El temor
nada tiene que ver con el miedo ni con los falsos temores que encogen el alma y
la incapacitan para todo lo bueno. ”Procurad caminar con amor y temor” (CE
69,1), dice Teresa de Jesús. “El amor nos hará apresurar los pasos; el temor
nos hará ir mirando adónde ponemos los pies para no caer por camino adonde hay
tanto que tropezar” (C 40,1). El temor de Dios es valentía. “Importa mucho y el
todo una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar” (C
21,2). Adviento es “atención a lo interior”, tiempo para cuidar la vida como
espacio donde Dios se hace carne, casa de compasión y de ternura. Adviento es
caer en la cuenta de que ”este Señor mío jamás se descuida de mí” (V 49,19). “Pensar la gloria que esperamos, muévenos a
gozo” (V 12,1).
P. Pedro Tomas Navajas (OCD)
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