Lectura orante del
Evangelio: Lucas 3,10-18
“Cuando por sus
secretos caminos parece que entendemos que nos oye, entonces es bien callar,
pues nos ha dejado estar cerca de él” (4Moradas 3,5).
Entonces, ¿qué
hacemos? ¿En dónde están los profetas? ¿Y si los hay, que seguro
que sí, querremos oírles? ¿En dónde están esos hombres y mujeres que despiertan
del letargo, encienden motivaciones hondas y llevan a preguntarnos qué es lo
que el Señor quiere de nosotros? Los profetas, con su vida y palabra, son como
la antesala de la oración. Ellos pasan, pero dejan fuego en el corazón y
preguntas que apuntan al compromiso. Ellos, con su pasión a flor de piel, ponen
en crisis estilos de vida sin sentido, dan vuelco a vidas anodinas, nos ponen
en camino mirando a la alegría. ¿Qué
grande eres, Señor? Solo Tú puedes mudar los corazones. Tú eres ayuda y das el
esfuerzo. ¡Bendito seas!
‘El que tenga dos
túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo
mismo’. Acuden a Juan gentes no religiosas. No importa, Dios siempre da
posibilidades. Preguntan y Juan les da respuestas concretas: que compartan, que
no roben, que no usen la violencia. Siempre hay algo que podemos hacer para
cambiar. Hay una verdad, entendida como verdad de vida, como amor solidario a
los demás, como libertad, que es anterior a toda contemplación. Es necesario
tomar en serio las propias responsabilidades. Espíritu Santo, dispón mi vida para re3cibir a Jesús, prepárame para
danzar al son de su gracia.
Él tomó la palabra y
dijo a todos: ‘Yo os bautizado con agua; pero viene el que puede más que yo y
no merezco desatarle la correa de sus sandalias’. Todos se preguntaban.
Había expectación. Juan pone las cosas en su sitio. Las obras no saben decirnos
lo que queremos en el fondo del corazón. Nuestras obras no son lo que Dios ha
preparado para nosotros. La venida de Jesús es gratuita, sorprendente, fruto
del amor que Dios nos tiene. La dolencia de amor solo se cura con la presencia
y la figura del que viene con la salvación. Él, y no nuestras obras, será quien
quede dibujado en las entrañas. Él será nuestro Señor y no nuestras obras. Tú, siempre Tú, Señor Jesús. Siempre Tú. Tu
salvación, tu misericordia, tu bondad, tu amor liberador. Tú. Jesús.
Él os bautizará con
Espíritu Santo y fuego. ¡Viene Jesús!, la buena noticia. ¡Él es el novio!
Comparado con su fuego, todo lo demás es agua. En Jesús vemos cómo es Dios y
cómo es el ser humano lleno del Espíritu. Solo Él libera del miedo a Dios, del
miedo al pecado, de la trivialidad de la vida, del problema del mal. Porque
Jesús viene, podemos vivir en fiesta, aun en medio de los problemas. ¡Oh Espíritu, llama de amor viva! Entrando
en mí, ¡cuán delicadamente me enamoras de Jesús! Gracias.
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