“Podemos gozar del cielo en la tierra” (5Moradas 1,2).
María se puso en camino y fue a prisa a la montaña. Movida por el Espíritu, María, la peregrina de la fe, se
pone en camino. Con Jesús en su seno, va a servir a los pobres y a anunciar que
Dios es amor. La alegría le hace ir deprisa; quiere compartir el gozo de la
salvación. Una mujer pobre, símbolo de todos los pobres, la espera en la
montaña, visitada, sorprendentemente, por el Dios que viene en lo pequeño y se
manifiesta en los pequeños. Los orantes limpian los ojos por medio de la fe
para ver estas señales tan frágiles en la que Jesús viene. Gracias, María, por invitarnos a caminar hacia Jesús.
Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. María está entregada por entero al misterio de Dios, para que este misterio
se haga humanidad; entra en la casa de su prima y queda embellecido lo
cotidiano; con su saludo de paz trae la salvación y la cercanía de Dios a
todos. María entra en los orantes, entra en todos los que esperan a Jesús,
dejando en ellos un principio de gozo y plenitud, de belleza y esperanza. Gracias, María, pos saludarme con la paz.
Gracias por traerme a Jesús.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Toda la Iglesia salta de alegría al oír el saludo de
María. Jesús, el esperado de las naciones, irrumpe como un milagro; al tronco
seco se le asoma un brote, a la tierra reseca le nace un manantial, a la noche
le sorprende la aurora. En todos los pobres, visitados por la bendición de
Dios, se cumplen las esperanzas guardadas a lo largo de la historia y alentadas
por los profetas. Con María en medio, a pesar de todo, siempre hay esperanza
cumplida. Quiero oír tu saludo y saltar
de alegría ante Jesús.
Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito: ¡Bendita tú
entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! El Espíritu llena todos los vacíos. Brota por doquier la bendición. La
gracia se asoma en las danzas y los cantares nuevos, siempre nuevos. El
Espíritu llena los cántaros para llevar agua a los pobres de la tierra. Los
orantes reconocemos las maravillas que Dios ha hecho en María y ponemos
nuestros ojos en Jesús para descubrir, asombrados, un maravilloso intercambio:
“el llanto del hombre en Dios y en el hombre la alegría”. Bendigo, María, al fruto de tu vientre, a Jesús.
¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
La primera bienaventuranza del Evangelio es para
María, por haber creído y respondido con su amor al Amor que la ha visitado. La
fe es siempre una experiencia de alegría y de servicio a los que peor lo pasan.
Dios no defrauda, los pobres están de enhorabuena. Por más oscuro que aparezca
el horizonte, hay un alba que despunta. Gracias,
María, por enseñarme a creer en Jesús.
P. Pedro Tomas Navajas, OCD
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