viernes, 23 de noviembre de 2012

Domingo trigésimo cuarto del tiempo ordinario: Jesucristo, Rey del universo.



Lectura orante del Evangelio: Juan 18,33-37

“Veo secretos en nosotros mismos que me traen espantada muchas veces. Y ¡cuántos más debe haber! ¡Oh Señor mío y Dios mío, qué grandes son vuestras grandezas!” (4 Moradas 2,5).
Preguntó Pilato a Jesús: ‘¿Eres tú el rey de los judíos?’ Pilato, un hombre escéptico acerca de lo que es la verdad, pregunta a Jesús si es rey. Nosotros, que caminamos tras los pasos de Jesús, que queremos aprender de su manera de vivir tan distinta y sorprendente, nos preguntamos quién es el rey de nuestra vida, quién o qué ocupa el centro de nuestro corazón. Vueltos a Jesús, con la alegría de la fe, le decimos que queremos estar con Él para vivir con Él. Entramos en la oración para entrar en el reino, que está dentro de nosotros. Creo en ti, Jesús. Tu reino da sentido a mi vida.
Jesús le contestó: ‘Mi reino no es de este mundo’. Orar es dejar nuestra mentalidad vieja y aceptar la lógica de Jesús. El reino de Jesús no se impone desde fuera con la fuerza y el poder, con la injusticia y la mentira; se abre camino en el corazón y se hace presente en medio de las gentes como un perfume de alegría y un destello de verdad que no tendrán fin. El trono del reino de Jesús es la cruz; de ahí nace la misericordia para con los débiles, la salud para los enfermos, la dignidad para los excluidos, el pan para los hambrientos. Jesús, te doy mi corazón; reina en mí.  
‘Con que, ¿tú eres rey?’ ¿Es posible que un pobre que prefiere a los pobres sea rey? ¿Es posible que un condenado a muerte sea libre? ¿Es posible que un despojado de todo siga teniendo y dando dignidad? ¿Es posible que, sin empuñar armas, solo con palabras y hechos de vida, se abra camino un reino de solidaridad? Es posible, aunque sean extrañas esas maneras. Ningún poder puede apagar la voz de Jesús, que grita verdad y vida, gracia y justicia, amor y paz.Me apunto, Jesús, a tu reino.

‘Tú lo dices: soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad’. Jesús y nosotros, cara a cara. Verdad y mentira, frente a frente. El testigo de la verdad, digno de nuestra fe, convocándonos a vivir en la verdad, alentándonos a no engañar en las cosas de Dios. El reino de Jesús, como fuente de nuestra dignidad; su entrega crucificada, como sorprendente manifestación de la realiza del ser humano. No hay quien dé más que tú, Jesús. Gracias.
‘Todo el que es de la verdad, escucha mi voz’. La oración es una escuela de verdad. Nos acercamos a Jesús, cerramos el oído para no oír la mentira, escuchamos la verdad por la que Jesús ha dado la vida. El Espíritu pone en sintonía nuestro deseo hondo de verdad con la verdad limpia de Jesús. En nuestro corazón se produce el abrazo. La luz se extiende, se prepara la coherencia de vida. Voy contigo, Jesús.
P. Pedro Tomas Navajas, OCD.

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