Una de las más lindas fiestas litúrgicas del año es la que celebramos en la Solemnidad de Corpus Christi, o sea la Presencia amiga y tierna de Jesucristo en el Santísimo Sacramento.
Dar la vida, entregar la propia vida por amor, gratuitamente, es grandioso, podríamos pensar el más grande gesto de amor. Pero... dar la vida una y miles y miles de veces, por un milagro único de amor, hacerse el más pequeño, hacerse tan mínimo como un pedacito de pan, dejarse masticar, comer... sólo por amor, por amar, aún sin recibir ningún retorno... eso sólo un Dios lo puede hacer.
Nuestro Dios lo hizo. Se hizo ¡Eucaristía!
¡GRACIAS, QUERIDO JESÚS, POR TANTO AMOR!!!
‘¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de
Pascua?’ ¿Dónde ir para alimentar la vida? ¿Dónde encontrar
las fuentes de la alegría? ¿Dónde intuir que se puede vivir de otra manera?
Porque andamos necesitando algo más, algo que solo el corazón, en el silencio,
percibe y que los pobres se atreven a decir. ¿Cómo curar la dolencia de amor que llevo dentro? Te lo pregunto a ti,
Señor Jesús.
‘¿Dónde está la habitación en que voy a comer la
Pascua con mis discípulos?’ ¿Dónde celebrará Jesús su amor? En el corazón
orante, grande como el mundo, habitado por millones de hombres privados de pan,
de justicia y de futuro. En aquellos que cultivan un estilo de vida sencillo, que
son trasparentes para reflejar a Dios en medio de las gentes, que están dispuestos
a compartir. En la tierra, cuando es tierra común; en el pan, cuando es
nuestro; en la desnudez, cuando es vestida. En las orillas donde se oyen
gemidos de hambre y sed, en los márgenes donde se grita justicia, fuera de la
tierra adonde han sido echados los ninguneados del mundo. Tú, Jesús, me conoces bien. Sabes cómo soy. Si quieres, celebra tu amor
a todos en mi corazón.
Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la
bendición, lo partió y se lo dio. Gestos sencillos, palabras
de verdad, que salen de Jesús y hacen vivir. La vida, bendecida, que se parte y
se reparte. Un derroche de amor que rompe en mil pedazos los egoísmos más
grandes y abre caminos de solidaridad. Escuela de oración, en la que Jesús
enseña a orar y a vivir. Jesús, cruzo muy
despacio tu paisaje, para aprender a amar como Tú.

‘Tomad, esto es mi cuerpo’. Mano
tendida para amar sin medida. La palabra más genuina de Jesús: amar, darse,
entregarse. Espejo donde se mira la Iglesia, cuyo nombre más genuino es Cáritas. Silencio asombrado para recibir
y dar tanto amor, escondido en el pan. Música callada para vibrar al son de la
gracia. Jesús, todo lo que yo deseo, y
mucho más, me lo das en tu pan. Tu amor despierta el mío dormido.
Tomando una copa, pronunció la acción de gracias,
se la dio y todos bebieron. Solo quien sabe que todo es gracia, puede repartir la
gracia a manos llenas. No hay cosa más bella que mirar a Jesús dándose a todos
por entero. Orar es unir el silencio de la adoración con el anuncio del
Evangelio, es aunar el amor a Jesús con la caridad hacia los más
desfavorecidos. Jesús, haz que mi vida
sea, como la tuya, un signo de amor.

‘Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada
por todos. Jesús da sentido a su vida y a su muerte. Nadie le
quita la vida, Él la da. De esta fuente mana nuestra alegría. En esta alianza
se recrea la esperanza de los pobres. Ya no es momento de hablar; ahora toca
callar, callar y obrar. Los pobres esperan la verdad de nuestra oración. Hágase en mí tu eucaristía, para alegría de
los pobres. Amén, Señor Jesús.
P. Pedro Navajas ocd
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