lunes, 25 de junio de 2012

DOMINGO DUODÉCIMO TIEMPO ORDINARIO: NACIMIENTO DE JUAN BAUTISTA

Lectura orante del Evangelio: Lucas 1,57-66.80

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. El evangelio de esta fiesta nos ofrece un excelente camino para nuestra oración. Nos invita a poner los ojos en Isabel, la mujer a la que Dios se le metió dentro de su pequeñez, levantó su vida desesperanzada, abrió su vida estéril a la fecundidad. Isabel nos enseña algo fundamental para todos los orantes: Dios es fiel, no engaña, cumple sus promesas; Dios es lo nuevo, el novio, lo gratuito. Isabel invita a la alegría de la fe, a la dicha de creer que se cumple lo que dice el Señor. Me pongo ante ti, mi Dios. Abro mi vida para acoger tu Palabra de amor. Entra en mi pequeñez. Me alegro contigo, mi Dios.
Se va a llamar Juan. ¿Cómo llamar al misterio de Dios que nos nace por dentro? ¿Qué nombre le daremos a lo que Dios hace en nosotros? ¿Diremos, como querían los vecinos de Isabel, que todo es obra de nuestras manos? La segunda pista para nuestra oración nos la dan Isabel y Zacarías. Los dos reconocen que reconocen que Dios es el protagonista del milagro que ha acontecido en sus vidas y dan a su hijo el nombre de Juan. Juan significa que Dios se apiada, que tiene misericordia, que visita y libera a su pueblo. Isabel y Zacarías nos invitan a descubrir que Dios es la fuente de toda santidad. No puedo entenderme sin ti, mi Dios. Tú eres en mí. Yo me llamo Tú.   

   Se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. La tercera pista para nuestra oración nos la da Zacarías. Al ver la acción de Dios, su boca y su lengua, antes tan atadas a la mudez, se llenan de cantares y un río de alabanza se extiende por el pueblo. Bendito y alabado seas, mi Dios, por las maravillas que obras en nosotros. 
¿Qué va a ser este niño? Porque la mano del Señor estaba con él. La cuarta pista para nuestra oración nos da el niño Juan. Él es el fruto de la fe, la nueva creación que Dios ha puesto en medio del pueblo. Él nos enseña que, cuando Dios está en el corazón, afrontamos el futuro con esperanza, contamos la historia de otra manera, llevamos en la mirada la verdad y el amor de Dios para todos. Pon tu mano, Señor, sobre mí, para que ningún viento contrario, por fuerte que sea, quiebre la caña de mi fe en Ti.
Vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel. La quinta pista para nuestra oración nos la regala Juan en el desierto. El desierto es el tiempo del amor, del cara a cara con ese Dios, que quiere nuestra alegría. El desierto es silencio para abrir el oído a la Palabra creadora de Dios. El desierto es interioridad habitada por el Dios que solo sabe amar y dar vida. Así estamos en la oración, hasta que llega el momento de salir a la calle, de dar testimonio, de reflejar a Dios con las obras. Dame, Señor, el espíritu de Juan para que me presente ante los demás amando con alegría, porque el amor y la alegría son la mejor forma de hablar de Ti.   
P. Pedro Navajas ocd

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