En este Domingo llamado "de Ramos" o "de la Pasión del Señor" celebramos la entrada solemne de Jesús en Jerusalén, ciudad en la cual Él sabía que iba para sufrir mucho y morir cruelmente, pero también para resucitar.
Señor, Tú te haces nada por mí y yo ¿qué me hago por Ti?
Lectura orante del Evangelio: Marcos 15,1-39
“¡Oh Señor mío, qué cierto es, a quien os hace algún servicio, pagar luego con un gran trabajo! ¡Y qué precio tan precioso para los que de veras os aman!” (S.Teresa de Jesús, Fund. 31,22).
Ellos gritaron más fuerte: ¡Crucifícalo! Nuestra oración comienza al descubrir y aceptar nuestra complicidad en la crucifixión de Jesús y en tantas historias de crucifixión de nuestros días. Sin esta verdad, ninguna oración se sostiene. Formamos parte del griterío que crucifica la novedad inaudita de Jesús, pero llevamos dentro el silencio de una mirada que puede permitirnos entrar, de otra manera, en esta historia de amor crucificado. En la sabiduría de la cruz todos nos damos cita: Dios y nosotros, su amor hasta el extremo y nuestro pecado. Te haces nada por mí y yo ¿qué me hago por Ti? Cuánto me das y qué poco te doy. ¿Qué hace quien no se deshace por Ti?
Lo crucificaron y se repartieron sus ropas. ¡El Hijo de Dios desnudo!, en alianza con todos los despojados de su dignidad y belleza. Gratuidad total del que se ha dado por entero, despojo hasta el extremo del que pasó haciendo el bien. Solo queda mirarle en los más pobres de la tierra, leernos en sus cruces, cubrir su desnudez con nuestro amor solidario. La oración verdadera lleva siempre consigo el compromiso. Me abrazo a tu cruz, Jesús. Abrazo a mis hermanos crucificados.
Jesús clamó con voz potente: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Abandono total y confiado de Jesús en medio del fracaso. ¡Jesús, gritando, pero no amenazando! ¡Jesús, bebiendo las gotas amargas de la noche! ¡Cuántos esquemas se nos rompen! ¿Cómo ver a Dios, así, abandonando, por amor, a su Hijo en nuestras manos? Jesús, me quedo callado/a ante tu voz potente a las puertas de la muerte.
Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. La Palabra, que se hizo humanidad, solo es ahora un grito que descoloca y que molesta. Así dice Jesús el amor en esta hora. La oración se renueva cuando acepta oír, aunque quede descolocada. Porque en todo grito está escondido el amor, y en esa fuente tenemos que beber si queremos tener vida. Pongo mis ojos en ti, Jesús, testigo del amor. Tu muerte me da la vida.
Realmente este hombre era Hijo de Dios. Sorprende que sea un pagano quien hable así. El asombro le ha limpiado los ojos para ver, en un crucificado, al Hijo de Dios. La mirada a la cruz ha despertado su fe. Cuando todo parecía terminar, todo comienza, sigue manando la fuente en medio de la noche. La luz ya se acerca, se oye ya el rumor de la alegría. Creo en ti, Señor Jesús, crucificado, muerto, sepultado, resucitado.
P. Pedro Navajas ocd
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