En nuestro camino de Adviento hacia la llegada de Jesucristo encarnado en nuestra carne humana en el segundo Domingo encendemos la segunda vela de la corona de Adviento: La luz del cariño.
Jesús, iniciamos esta segunda semana de preparación para la Navidad. Queremos poner en juego nuestro cariño. Nos gustaría esforzarnos en tratar a todos con cariño, y ser capaces de ayudar a alguien. Tú que sí que sabes querernos con cariño, ayúdanos a vivir desde esa actitud a lo largo de esta semana.
Deseamos, Señor, con esta segunda luz que encendemos, que intensifiques el resplandor de tu rostro para los que viven en tinieblas y en sombras de muerte. Que la Luz de tu presencia, alumbrada en nuestras vidas, nos haga percibir nuestras orgullosas altiveces y nuestros abismos de pecado . Equilibra y allana nuestras vidas, Señor, y haznos caminos de acceso hacia Ti para los hombres en destierro, alejados de Ti y de los hermanos. Señor, para que seamos contigo luz atrayente y seductora. ¡Marana tha, ven, Señor, Jesús!
En el segundo Domingo de Adviento la Liturgia nos ayuda a renovar nuestra esperanza. El tiempo avanza y el Salvador se acerca. Hay que intensificar la preparaciòn para su llegada...
Juan el Bautista asume esta responsabilidad de preparación del camino, instalándose a orillas del Jordán y predicando un bautismo de conversión, porque ya viene el más fuerte, el que bautiza con Espíritu Santo.
La predicación del Bautista anticipa la de Cristo. Es necesario cambiar el rumbo de la vida y caminar en forma nueva. Los hombres deben abrir los ojos y el corazón, deben cambiar la forma de pensar y de actuar para que el Salvador enviado por Dios se vuelva visible finalmente. La cita de Isaías que Lucas pone en boca del Bautista termina con estas palabras: “Y todos verán la salvación de Dios” (Lc 3,6).
En este tiempo (como en los de Juan el Bautista) Dios ofrece el perdón a todos, pero pide a cambio la conversión (¡una vez más!). Y con alegría y Esperanza los cristianos comprobamos que cada día es una espléndida oportunidad de convertirnos, es decir, reconocerse pecador, y poner el empeño de empezar cada día una nueva vida, según la voluntad de Dios.
En el vientre inmaculado de la Virgen María su divino Hijo crece y, como una flor, está a punto de abrirse y derramar sobre el mundo su perfume de salvación.
Seamos igual que la Virgen María: ofrezcamos a los demás la belleza, la alegría, la luz, la fuerza de la esperanza...
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